Meditación Azteca por Héctor Grijalva

 1. Fundamentos ideológicos de la meditación azteca

Desde sus primeros años de existencia, durante el periodo llamado «clásico», el pensamiento azteca desarrolló una diferencia clara entre religión y filosofía. Los hombres sabios –tlamatini– permitieron que el pueblo siguiera celebrando los rituales con los que honraban a sus múltiples dioses y preservaron las leyendas que dieron origen a su cosmovisión. Sin embargo, se aseguraron de elaborar una estructura ideológica que explicara la función del hombre y su relación con el entorno, sin que en este proceso intervinieran los dioses. Esta es la diferencia fundamental entre la meditación azteca y la practicada en los pueblos asiáticos: una clara separación de la religión. Para los mexicas, meditar no era una función dirigida a sus dioses o a sus creencias, era un acto esencialmente humano y dirigido a contactar con la naturaleza, y con ello encontrar la armonía personal y resolver sus conflictos. La meditación de los aztecas se dirigía frecuentemente a los cuestionamientos existenciales. 

Llama la atención la insistencia en la transitoriedad de la vida, en gozar con gran fervor de la naturaleza, y la invitación al desapego y a disfrutar de lo que se tiene en vida: 

Lo dejó dicho Tocihuitzin, lo dejó dicho Coyolchuiqui: «Solo venimos a dormir, solo venimos a soñar, no es verdad, no es verdad que venimos a vivir sobre la Tierra, cual cada primavera de la hierba. Así es nuestra hechura, viene y brota, viene y abre corolas nuestro corazón, algunas flores echa nuestro cuerpo». 

Y entre los poemas que, «con fundamento», como anota Garibay, pueden atribuirse al célebre rey Nezahualcóyotl, hay también varios en los que se comprueba que la meditación sobre la transitoriedad de todo lo que existe fue fundamental y punto de partida de reflexiones posteriores del rey poeta de Texcoco, Nezahualcóyotl:

 ¿Es verdad que se vive sobre la Tierra? No para siempre en la tierra: solo un poco aquí, aunque sea jade se quiebra, aunque sea oro se rompe, aunque sea plumaje de quetzal se desgarra, no para siempre en la Tierra, 13 solo un poco aquí.

 J. M. G. Le Clézio, escritor francés y Premio Nobel de Literatura en 2008, escribió sobre las culturas mayas, purépechas y toltecas. En su libro El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido hay un capítulo titulado «El trance». En él describe la necesidad de los mesoamericanos de unificar su pensamiento con la naturaleza. Las emociones, las ideas, las alegrías y los sufrimientos se expresaban siempre en términos de «agua», «viento», «fuego», «aire», «tierra», «flores», «frutos» o «animales». Los mesoamericanos tenían, además, un lenguaje metafórico que los hacía hablar, escribir y, seguramente, pensar en términos poéticos. De manera que meditar les resultaba fácil. Cuando tenían que tomar una decisión, reflexionar sobre un asunto importante o vivían un conflicto familiar o de pareja, tenían por costumbre apartarse de los demás. Buscaban un lugar solitario, donde nadie los interrumpiera, y meditaban, seguros de que su sabiduría interior y la madre naturaleza les darían la solución. En su libro Aztecas-Mexicas. Desarrollo de una civilización originaria, Miguel LeónPortilla explica que 

para los mexicas todo lo que existía estaba integrado en el universo. Los cálculos del tiempo, las edades cósmicas, la guerra, el florecimiento de sus cultivos, las enfermedades, los juegos, la alegría, el nacimiento de los hijos; todo tenía fundamento y explicación. Y todo se encontraba en el entorno, en el universo circundante. Para conocerlo y entenderlo bastaba con meditar. 

La meditación resolvía los problemas cotidianos de una forma más rápida y efectiva que la religión. Se recurría especialmente a la religión para calmar a los dioses y evitar los grandes cataclismos. 

 Los tres principios universales 

Según los aztecas, todas las criaturas y seres mundanos poseen dentro de sí una materia o sustancia imperceptible. Es el yólotl o «vida», una esencia inmortal que trasciende a los seres temporales. Existe, por lo tanto, un yólotl del maíz, uno de la piedra, del río, del aire, del venado, del fuego y de la flor. 

Los seres humanos, señalaban los mexicas, tenemos un yólotl o «vida» que no es diferente de los demás. Ninguno es más importante que los otros. Por ello convivimos en armonía con el agua y la tierra, la estrella y el jaguar. Todos somos seres espirituales y tenemos una función en esta vida. El hombre que respeta y tiene consideración hacia los seres mundanos, se respeta a sí mismo, vive en conjunción con el medio y logra el equilibrio.

 De acuerdo con los nahuas, la diferencia está en que el hombre es el único capaz de hacer música, poesía y canto, y por ello se le respeta y se le quiere más que a los demás seres mundanos. El emperador de Texcoco, Nezahualcóyotl (1402-1472), fue un gran estratega militar, hábil gobernante y competente arquitecto, aunque fue famoso especialmente por sus poemas. En uno de ellos reconoce el yólotl de los animales y de los elementos de la naturaleza, pero destaca también el papel del ser humano:

 Amo el canto del tzentzontle (ruiseñor), ave de cuatrocientas voces, amo el verde del jade, amo el campo y el aroma de sus flores, pero amo más a mi hermano el hombre. 

Ometéotl. El ser dual

 Todos los seres mundanos se agrupan en dos esencias opuestas y complementarias. Una es lo seco, lo caliente, lo luminoso y lo masculino. La otra es lo húmedo, lo frío, lo oscuro y lo femenino. Ningún ser tiene solamente una esencia, todos somos duales. Por ello, en ocasiones somos seres de luz y, en el siguiente instante, podemos ser tenebrosos. Nuestro comportamiento puede ser muy firme, decidido y valiente, y, un día después, podemos ser tímidos, titubeantes e indecisos. Todos somos así. En todos nosotros actúan las dos esencias. La sabiduría (neltiliztli) está en reconocer y aceptar que somos así, duales. Cuando permitimos que predomine una de nuestras esencias, rompemos la armonía. 

Moyocoyatzine. El que siempre se está inventando a sí mismo 

En este principio se da la alternancia del poder. Las fuerzas opuestas se suceden para crear ciclos que dan continuidad al mundo. Ninguno de nosotros es siempre el mismo, siempre estamos cambiando. Cambian los vientos, que en una época del año soplan suavemente y después pueden convertirse en tormentas. La planta del maíz da frutos abundantes y después se seca y se convierte en paja. El pato (xómotl ) nada placenteramente en la laguna y, súbitamente, levanta el vuelo y desaparece, para después volver en la siguiente temporada. El niño (itzcuintli) seguirá siendo el mismo cuando sea viejo (huéhuetl), aunque será diferente. Y tiene que ser así, pues de lo contrario no se cumplirían los ciclos. De manera constante, somos los mismos y somos diferentes, de un día para otro, y también en el mismo día. Los seres humanos y los mundanos no somos, estamos siendo. Con base en estos tres principios universales, los aztecas desarrollaron algunos conceptos que aún hoy tienen vigencia en el campo de la meditación. 

Tloque nahuaque. El señor del «cerca» y el «junto» 

Uno de los muchos nombres usados por los aztecas para nombrar a Dios era «el Señor, o el Amo o el Dueño del “cerca” y el “junto”». El concepto implica una idea al mismo tiempo simple y compleja: Dios es alguien cercano porque está presente en todas las cosas. Todo lo que nos rodea es Dios, todos los animales, vegetales, rocas y cualquier elemento de la naturaleza son cercanos al 16 individuo. Vivimos entre ellos, convivimos con ellos, los hacemos nuestros. La cercanía que tenemos con todos los elementos del mundo es una aproximación a Dios. Al mismo tiempo, Dios es «junto». El hombre es uno mismo con Dios, es unidad e identificación. Así como todos los seres mundanos son Dios, el ser humano es también uno de ellos. 

La separación virtual que implica ser al mismo tiempo «cerca» y «junto» refuerza el concepto de «dualidad-individualidad», y también el de «individualidad-universalidad». 

In ixtli, in yolotli. El rostro y el corazón

 La palabra que los aztecas utilizaban para decir «persona» eran en realidad dos. Decían: «In ixtli, in yolotli» («el rostro y el corazón o la vida»), que de manera inseparable expresaban que el ser humano no podía ser solamente la cara, sino que tenía que incluirse su esencia vital interna.

 De manera que cuando dos hombres se saludaban, se miraban a los ojos y al mismo tiempo procuraban ver en ellos el estado emocional del otro. Nunca confiaban en lo que expresaban solamente los gestos faciales, siempre esperaban a escuchar lo que comentaba sobre sus sentimientos.

 Entre los aztecas, la mentira era un gran deshonor. A los niños en la escuela primaria (tepuzcalli) se les enseñaba a hablar siempre con la verdad. La mentira y la traición se consideraban altamente despreciables. Por eso, cuando conversaban, los mexicas tenían gran facilidad para comunicar sus emociones y sus pensamientos. Hay una gran cantidad de figuras de cerámica que muestran rostros cubiertos de dos o tres capas de otras caras, con lo cual querían expresar que al hablar los hombres iban quitándose máscaras para mostrar su verdadero yo.

 Lo importante no era solo el rostro (in ixtli), sino la unión con el ser interno (in yólotl), es decir, la persona como una totalidad.

 In xóchitl, in cuícatl. La flor y el canto 

La flor (poesía) y el canto son actividades que solo puede desarrollar el ser humano. Por lo tanto, a través de estas se identifica como ser único, y más cercano a Dios que los 17 demás seres que pueblan la Tierra. Poesía y canto son los lenguajes mediante los cuales el hombre puede contactar con Dios.

 El poeta Ayocuán se preguntaba: ¿Acaso puede ser un lenguaje para hablar con el Dador de la vida? ¿Son tan solo un recuerdo del hombre en la Tierra? ¿Perduran quizá en el más allá?}

 Ayocuán cuestionaba la existencia del hombre en la Tierra, lo perecedero de la vida y la transitoriedad. Siempre lo expresaba a través de poemas, y dejaba claro que los hombres y las cosas pasan, pero la música, el canto y la poesía perdurarán para siempre. 

Solo ¿he de irme? ¿Como las flores que perecieron? ¿Nada quedará en mi nombre? ¡Al menos poemas, al menos cantos! ¿Qué podrá hacer mi corazón (vida)? En vano hemos llegado, en vano hemos brotado aquí en la Tierra. Gocemos, oh, amigos, haya abrazos aquí, ahora andamos sobre la tierra florida, nadie hará terminar aquí los poemas y los cantos. Ellos perduran en la casa del Dador de la vida. }

Ayocuán, incluso, se permite preguntarse si en el más allá, en el sitio donde se origina la vida, sucede lo mismo que acá en la Tierra, donde existen la alegría y la amistad:

 Aquí la Tierra es la región del momento fugaz. ¿También es así el lugar donde de algún modo se vive? ¿Allá se alegra uno? ¿Hay allá amistad? ¿O solo aquí en la Tierra hemos venido a conocer nuestros rostros?

 Aquiahutzin, poeta nahua, también cuestionaba la temporalidad del hombre sobre la faz de la Tierra, pero se atrevió a suponer que hay un más allá donde las cosas pueden ser mejores.

 ¿Somos acaso verdaderos los hombres? ¿Mañana será aún verdadero nuestro canto? ¿Qué está por ventura en pie? ¿Qué es lo que viene a salir bien? Aquí vivimos, aquí estamos. Pero somos indigentes, oh, amigo. Si te llevara allá, allá sí estarías de pie.

El nahual

El dios más importante de la teogonía azteca era Quetzalcóatl, cuyo nombre significa «serpiente emplumada».

A la llegada de los conquistadores españoles, el dios que presidía el templo mayor en la Gran Tenochtitlan era Huitzilopochtli o «colibrí zurdo».

 La gran diosa madre, que tenía gran cantidad de advocaciones en diosas menores, era Coatlicue, o «la de la falda de serpientes».

Es evidente la costumbre de usar nombres de animales como parte de los suyos propios.

Quetzalcóatl fue un redentor. Viajó al oscuro mundo de los muertos, llamado «mictlán», para rescatar los huesos de sus antepasados y devolverlos a la vida. Era un viaje difícil porque las deidades del inframundo harían todo lo posible para impedir su labor. Por ello, Quetzalcóatl no hizo el viaje solo, lo hizo acompañado de su nahual, Tezcatlipoca.

 Miguel León-Portilla explica en su libro Los antiguos mexicanos que los dos personajes no eran hermanos, sino «dos en uno mismo», lo que reafirma el concepto del nahual como una duplicidad-unidad; es decir, lo oculto que permanece dentro del ser humano en todo momento y se descubre en los momentos necesarios.

En El pasado indígena, Alfredo López Austin describe el pensamiento mesoamericano como «original», pues hombres y dioses tienen la facultad de ser uno y varios al mismo tiempo –en un esquema de pensamiento contemporáneo, sería como aceptar los diferentes matices de nuestra personalidad–. Esta facultad del hombre era vista como una capacidad y, al mismo tiempo, una necesidad de explicarse a sí mismo las diferentes potencialidades, los rasgos del carácter y las carencias, elementos que en ocasiones convivían en armonía y, a veces, desastrosamente.

La otra personalidad, el lado oculto, era expresada en el nombre del individuo, con la participación de un animal totémico protector o emblemático. Cuando nacía un niño, el padre de familia trazaba alrededor de la casa (jacal) un círculo de ceniza. A la mañana siguiente, todos los parientes iban a buscar la huella del animal que hubiese pisado la ceniza. Al niño se le daba el nombre del animal que visitase la choza durante la noche. A partir de ese momento, el niño usaría ese nombre y estaría protegido por este animal; además, adquiriría sus destrezas. Al llegar a la adolescencia, el chico tenía derecho a cambiarse el nombre. Para ello tenía que ir al telpochcalli (escuela de enseñanza media), donde recibía entrenamiento militar; se levantaba de madrugada, se bañaba en agua helada, comía frugalmente y hacía penitencia pinchándose los brazos y las piernas con púas de maguey. Meditaba, y durante una sesión de meditación recibía el mensaje divino, aparecía frente a él la imagen del que sería de ahora en adelante su animal protector; entonces se cambiaba el nombre. En ocasiones, la figura que aparecía no era un animal, sino un elemento de la naturaleza, como el agua, el fuego, el viento o el pedernal, y de la misma manera era aceptado como nombre.

 Algunos de los emperadores aztecas eran:

Tozcuecuextli: «loro amarillo». 

Huitzilíhuitl: «colibrí». 

Acamapichtli: «manojo de cañas».

 Itzcóatl: «serpiente de obsidiana».

 Ahuízotl: «nutria». 

Nezahualcóyotl: «coyote flaco». 

Cuauhtémoc: «águila en picada»

El nahual, sin embargo, no era solamente un nombre o un talismán, era el concepto de

«alter ego»; los conceptos actuales de «sombra», «dualidad», «lado oscuro» o «lado no

aceptado». Ese «otro yo» que convive dentro, por siempre, y está al acecho, presto a

actuar cuando dejo de ser yo a causa de un rompimiento emocional, una crisis existencial

o como respuesta ante una agresión.

Este es el concepto de «nahual» que utilizaremos en este libro, pues los trabajos de

meditación irán dirigidos a la identificación con ese lado oculto, con esos recursos no

identificados, con esas destrezas no ejercidas. El animal o el elemento de la naturaleza

propicio para la persona.

2 El sitio para meditar

La meditación azteca puede hacerse en cualquier lugar, no precisa de un sitio específico

o de destinar un rincón de la casa para ello. Puede practicarse en la oficina, en un parque,

en un jardín o en la habitación de la casa que te resulte más cómoda.

La postura que se sugiere es también la más confortable. No es preciso adoptar

ninguna posición estricta, y lo primero que se pide es que no sea forzada, rígida o

estereotipada. Los aztecas acostumbraban a meditar sentados, con las manos sobre las

rodillas, los muslos o el abdomen. Podían estar sentados en las sillas de madera y cuero,

llamadas «equipales» (icpalli), que tenían respaldo, para que la espalda no se cansara, o

también en el suelo, sobre un «petate» (pétatl), que es una estera tejida de hojas de

palma, siempre recostados contra una pared, un pilar o un árbol.

En la arquitectura y en la cerámica religiosa, tanto de los mayas como de los toltecas,

es frecuente la figura de un hombre acostado en el suelo, con las rodillas flexionadas y

las manos sobre el abdomen, que sostiene un cuenco sobre el que se depositaban las

ofrendas que se iban a incinerar, ya fueran copales, flores, frutas o animales. Estas

figuras son conocidas como chac mool, y llaman la atención por la postura del personaje,

que a simple vista parece bastante incómoda. Sin embargo, ahora sabemos que, en

realidad, solían estar reclinados contra alguna de las paredes o columnas de los templos.


En meditación.


Los aztecas quemaban incienso en ceremonias religiosas. Colocaban sobre las brasas

piedrecillas de la resina de copal (copalcuahuitl), un árbol de la familia de las burseras,

costumbre que todavía se mantiene; sin embargo, esta no es ideal para meditar, pues los

sacerdotes mexicas utilizaban el copal como una ofrenda exclusiva a los dioses, no a los

mortales. Meditar es una actividad humana y dirigida al ser interior, de manera que los

dioses no están incluidos, por lo tanto, no se aconseja.

En cambio, sí se recomienda colocar aromas naturales de flores y frutas. La intención

es que se haga una comunión exterior-interior.

Nuestros antepasados colocaban vasijas con flores de dalia, nardos, buganvilias, huele

de noche, cempasúchil, cuetlaxóchitl (nochebuena o poinsettia) y rosas. O en su lugar

podía ser un canasto (ténatl) con frutas olorosas como el melón, la guayaba, la piña o la

papaya.

En todo caso, puedes colocar las flores o las frutas que más te agraden o las que

encuentres a tu alcance.

La música de fondo es opcional. Los aztecas meditaban en silencio, pero tú puedes

hacerlo con música prehispánica, melodías suaves o sonidos de la naturaleza.

Nezahualcóyotl, el emperador poeta, era también un notable arquitecto. Cerca del

palacio que heredó de su padre, Axayácatl, hizo construir amplios jardines con lagos y

riachuelos. El jardín estaba poblado de árboles de ahuehuete y jacaranda, y ornado con

flores de buganvilia y dalia. Era su lugar favorito para escribir y meditar. Cuando creaba

sus poemas, le gustaba estar acompañado de su hijo, Nezahualpilli, y de algunos

músicos, pues su poesía la componía como canciones.

Cuando meditaba, lo hacía solo. Después, en su palacio, traducía sus pensamientos en

versos. Como resultado de una de sus meditaciones nos dejó esta reflexión sobre la

aceptación de la muerte como una realidad, y la confianza en un más allá:

¿Adónde iremos? ¿Adonde la muerte no existe?,

mas ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece,

aquí nadie vivirá para siempre,

aun los príncipes a morir vinieron,

los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece,

aquí nadie vivirá para siempre


Meditación individual,

tlákatl moteopeyotsi


Incluso si se hace en grupo, la meditación es esencialmente un ejercicio personal. Una

vez que se inicia el trance, el individuo mantiene un diálogo interno consigo mismo. Los

aztecas se referían a la meditación como una «conversación con mi nahual».

Al fin y al cabo, si el meditante está solo o si escucha una voz exterior, ya sea la de un

maestro conductor o proveniente de una grabación, los mecanismos neurofisiológicos

que sugieren y estimulan escenas y reacciones viscerales y corporales son

exclusivamente individuales.

Al cerrar los ojos, una persona deja de recibir estímulos visuales, los que en gran

medida nos mantienen en estado de alerta y conectados con el mundo. Cuando cerramos

los ojos, disminuye el trabajo del lóbulo occipital. Cuando adquirimos una posición

cómoda y eliminamos lo que nos estorba, nos deshacemos de los estímulos sensoriales;

se inhibe el lóbulo parietal. El silencio o la música monótona liberan al practicante de los

sonidos que pudieran distraerlo. El lóbulo temporal se inactiva. El aroma persistente de

una flor o de una fruta evitan que se entrometa algún olor ajeno y, de esta manera, se

suaviza la acción de la punta del lóbulo temporal, de modo que solo quedan activos los

polos frontales, y eso permite la visualización y el diálogo hacia el interior del cerebro.

La persona está lista para su conversación consigo misma.

Los aztecas meditaban al atardecer. El Sol (tonatiuh), después de haber obsequiado luz,

energía y calor, se perdía en el mundo oscuro (el mictlán) para combatir a los seres de las

tinieblas. La humanidad, agradecida, se disponía a meditar, pues con ello ayudaban al

Sol en su tarea, y se aseguraban de que a la mañana siguiente resurgiera por el Oriente,

con renovado vigor.

El antropólogo mexicano Alfonso Caso describe este pensamiento en su libro El

pueblo del Sol:

[El Sol es] el joven guerrero que nace todas las mañanas del vientre de la vieja diosa de la Tierra, y muere

todas las tardes para alumbrar con su luz apagada el mundo de los muertos. Pero al nacer, el dios tiene que

entablar combate con sus hermanos, las estrellas, y con su hermana, la Luna, y armado de la serpiente de

fuego, el rayo solar, todos los días los pone en fuga y su victoria significa un nuevo día de vida para los

hombres. Al consumar su victoria es llevado en triunfo hasta el medio del cielo por las almas de los guerreros que han muerto en la guerra o en la piedra de los sacrificios, y cuando empieza la tarde, es recogido por las almas de las mujeres muertas en parto, que se equiparan a los hombres porque murieron al tomar prisionero a un hombre, el recién nacido… Todos los días se entabla este divino combate; pero para que triunfe el Sol, es menester que sea fuerte y vigoroso, pues tiene que luchar contra las innumerables estrellas… Por eso el hombre debe alimentar al Sol con sus ofrendas, su armonía y su paz. Y esto lo consigue meditando. El azteca, el pueblo de Huitzilopochtli, es el pueblo elegido por el Sol. Jacques Soustelle, etnólogo francés experto en culturas mesoamericanas, describe en un libro, Pensamiento cosmogónico de los antiguos mexicanos, en qué se basa la mentalidad azteca, que considera el ambiente, el entorno y el mundo una integración total del ser humano. Sin divisiones ni fronteras corporales o mentales. Por ello, el acto de meditar es una integración en el universo:

El pensamiento cosmológico mexicano no distingue radicalmente el espacio y el tiempo; se rehúsa sobre todo a concebir el espacio como un medio neutro y homogéneo, independiente del desenvolvimiento de la duración.

Este se mueve a través de medios heterogéneos y singulares, cuyas características particulares se suceden de acuerdo con un ritmo determinado y de una manera cíclica. Para el pensamiento mexicano no hay un espacio y un tiempo, sino espacios-tiempos, donde se hunden y se impregnan continuamente de cualidades propias los fenómenos naturales y los actos humanos. Cada «lugar-instante», complejo de sitio y acontecimiento determinan de manera irresistible todo lo que se encuentra en él. El mundo puede compararse a una decoración de fondo sobre la cual varios filtros de luz de diversos colores, movidos por una máquina incansable, proyectan reflejos que se suceden y superponen, siguiendo indefinidamente un orden inalterable.

Ángel María Garibay, filólogo, historiador y sacerdote católico, experto en el náhuatl,

tradujo una gran cantidad de códices, con contenidos poéticos e históricos. Garibay

define la poesía azteca como una reflexión filosófica, pues su lenguaje es esencialmente

metafórico, y todo se dice a través de poemas. La meditación era un discurso filosófico

de cuestionamientos existenciales, según se aprecia en estos poemas de Tlacaélel, que

Garibay recoge en su Historia de la literatura náhuatl:

Pero ¿algo verdadero digo? Aquí, ¡oh!, tú, por quien se vive, solamente estamos soñando, solamente somos como quien despierta a medias y se levanta…

O en esta otra serie de preguntas sobre el más allá, del que, confiesa, no sabe nada con

certeza:

¿Son llevadas las flores al reino de la muerte? ¡Es verdad que nos vamos, es verdad que nos vamos! ¿Adónde

vamos, adónde vamos? ¿Estamos allá muertos o vivimos aún? ¿Otra vez viene allí el existir?

Y así como estos, nos salen al paso en incontables ocasiones discursos y poemas que,

con igual derecho que las sentencias de Heráclito, el poema de Parménides o los himnos

védicos, merecen ser tenidos por reflexiones filosóficas.


4. Algunos ejemplos de meditación para casos particulares

Atl, «agua»

Espacio de meditación dirigido a la limpieza interior.

Mediante el atl se da un proceso de sanación en el que se utilizan el flujo, la

transparencia, la frescura y la música del agua hacia el interior del cuerpo, en

consonancia con el caudal de un río, una laguna o del mar.

Este ejercicio es recomendable para personas que se sienten contaminadas por su

historia, sus relaciones personales o laborales y para quienes se sienten agobiadas por los

problemas de la vida diaria: su trabajo, la rutina, las deudas, la insatisfacción con sus

metas y proyectos, o la incomodidad en su relación de pareja.


Inducción


Procura dedicarle un tiempo en el que creas que estarás libre, sin interrupciones. Elige un

sitio donde puedas sentarte o recostarte confortablemente. Si puedes hacerlo, coloca una

flor o una fruta cerca de ti para percibir su olor. Si lo deseas, puedes poner una música

suave. Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a

continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y

escucha.


Trance


En este momento me concentro en mi respiración, me hago consciente del aire que entra

al inhalar y todo lo que sale al espirar, durante tres respiraciones profundas.

Ahora dirijo mi energía y mi atención hacia mi interior. En este momento, me veo a

mí mismo caminando por un sendero en un bosque solitario. Percibo con claridad el

camino, con sus piedrecillas y el polvo, a los lados veo matorrales, plantas y flores. Un

poco más allá, en la distancia, los árboles. Escucho el silbido del aire y el canto de los

pájaros. Al frente, a lo lejos, veo la montaña. Después de un largo trayecto, siento

cansancio. Las piernas me duelen, siento los hombros pesados y el cuello endurecido. Mi

paso se hace más lento. Siento una gran fatiga.

Ahora me doy cuenta de que a un lado del camino hay un bosquecillo de árboles altos,

frondosos y verdes. Me desvío del sendero y me dirijo hacia allí.

En este momento, estoy caminando entre los primeros árboles, siento la frescura de su

sombra, el olor a pasto fresco, a humedad, y comienzo a sentirme aliviado. Camino entre

los troncos de los árboles, cuando comienzo a escuchar el sonido del agua. Pienso que

cerca de allí debe haber un arroyo.

A algunos pasos de distancia encuentro un arroyo fresco, limpio y cristalino. El sonido

del agua fluye entre las rocas, semeja música de campanillas. Puedo ver el fondo con la

arena limpia, fina y suave, y las plantas acuáticas entre las rocas.

Me siento a un lado del arroyo e introduzco mis manos en la corriente. De inmediato,

siento la caricia del agua entre mis dedos; la frescura y la limpieza. Ahora llevo algo de

esa agua en mis manos, y me lavo la cara, me humedezco la cabeza y el cuello. Siento un

gran descanso. Ya no hay fatiga, cansancio ni agobio.

Sentado en la orilla, contemplo el fluir del arroyo. Me doy cuenta de que percibo el

movimiento del agua gracias a la orilla. La ribera se mantiene inmóvil, y ello me permite

darme cuenta de que el riachuelo avanza. Si todo estuviera en movimiento, o todo

estuviera quieto, no me daría cuenta de nada. El agua fluye, mientras el fondo arenoso y

las rocas permanecen. El agua choca contra las piedras, y gracias a ello produce música.

Ahora me pongo en el lugar del agua, diciéndome: «Así soy yo. Me gusta fluir,

avanzar, ir siempre hacia delante, no detenerme, buscar nuevas rutas, hacer música. Pero

si estoy siempre en movimiento, termino por cansarme, por aburrirme y me doy cuenta

de que veo muchas cosas, pero no las contemplo».

Me pongo en el sitio de la ribera y observo, miro, contemplo. Ahora puedo ver con

detenimiento todas las cosas que no logro apreciar cuando me muevo con rapidez.

Ahora me doy cuenta de que puedo ser corriente y ribera, orilla y flujo.

Siento con claridad los golpes que me he dado contra las rocas. Fueron difíciles. Sin

embargo, de cada uno de ellos obtuve música. Ahora sé que cada sonido resultó ser un

aprendizaje, una experiencia valiosa.

Hay hierba en la orilla, ramas que sobresalen de la superficie del arroyo y plantas que

se arrastran por el fondo. Todas tienen vida. Y así soy yo, lleno de vida en cada una de

mis manifestaciones.

Estoy lleno de vida cuando fluyo, trabajo, convivo, y lo hago con agrado. Soy yo,

también vivo, cuando contemplo, observo, reflexiono y medito. Aunque no me mueva.

Soy vida también cuando choco, me golpeo contra otros, me desvío de mi flujo, incluso

cuando yo golpeo. Finalmente, de todo habré de obtener música, experiencia y

aprendizaje.

Ahora, durante un rato, estaré así: contemplando, llenándome de imágenes.

En este momento decido ponerme de pie. Vuelvo al camino, de regreso. Fresco,

renovado, descansado.

Y ahora me digo a mí mismo: «¿Cómo es esto en mi vida? ¿Cómo lo hago en mis

quehaceres diarios? ¿Qué resultados he obtenido? Pero, sobre todo, ¿qué voy a hacer

ahora?».

Ehécatl, «viento»


Espacio de meditación orientado al desapego.

El viento que nos permite respirar y acaricia nuestros rostros trae mensajes de

regiones lejanas. Podemos aspirarlo, reconocerlo, deleitarnos y retenerlo unos instantes.

Ese aire siempre habrá de salir, volverá a convertirse en viento y se alejará. Siempre se

va.

Los aztecas construyeron pirámides y templos dedicados al dios Ehécatl, que tenían

una característica única: eran circulares. A diferencia de la gran variedad de pirámides de

esquinas agudas y cortantes, los templos redondeados tenían como fin que cuando la

deidad soplara por su casa, esta no sufriera daño, porque el aire siempre está de paso,

nunca se queda.

En ocasiones, los mexicas temían al aire porque traía cosas malas de otros lugares,

como polvo, humedad, polen, olores fétidos y suciedad, los cuales podían enfermarlos.

Este era un aire que debían dejar pasar rápidamente. Retenerlo en los pulmones o en el

interior de las casas era dañino. En cambio, el mismo viento traía aromas perfumados de

flores que avisaban de la llegada de la primavera, el olor del maíz maduro que anunciaba

una buena cosecha, la fragancia de las frutas que garantizaban alimento. Con todo, ese

aire también se va.


Inducción


Asegúrate de que dispones de un tiempo para ti, sin interrupciones. Recuéstate o

acuéstate en una postura cómoda, elimina de tu cuerpo cualquier objeto que te estorbe.

Coloca cerca de ti una vasija con flores o frutas aromáticas. Respira suave, profunda,

relajada y reposadamente. Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba

tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el

ejercicio– y escucha.


Trance


Concentra toda tu atención y energía en lo más profundo de ti mismo. Localiza esa

fuerza en el centro de tu pecho. Mientras respiras suave y relajadamente, vas a visualizar

el aire que entra en tus pulmones. Siéntelo entrar en tu organismo. En este momento, ves

ese aire fresco, limpio y transparente. Sientes cómo ese viento lleno de oxígeno te da

energía y vida, impregna tu sangre y fortalece tu cuerpo.

Te das cuenta de que en algunas ocasiones el aire que entró en tu cuerpo no estaba

limpio. Llegó a ti contaminado, cargado de olores desagradables, humo, polvo, suciedad,

microbios y esmog. Ese aire te ha hecho daño. Tal vez no supiste cómo evitarlo, tal vez

lo inhalaste consciente de que no era bueno, y pagaste las consecuencias con tu salud.

Ese aire corrompido y pútrido llevaba dentro de sí algo de oxígeno, que aprovechaste.

Tal vez, para eliminar el resto, tuviste que estornudar, toser, producir flemas y sentir

ahogo y dolor. Finalmente lo expulsaste.

Ahora recuerda todas esas veces que has respirado un aire fragante y limpio. Ese

vientecillo que traía olor a campo, a mar, a bosque, a flores y a frutas. Tal vez el aroma

delicado y tierno de un bebé, el olor amoroso de la cocina de la abuela, el perfume de

mamá. Al entrar en tus pulmones, te llenó de oxígeno y sirvió para darte energía y

entusiasmo. Te hizo disfrutar con sus aromas exquisitos. Aun así, tuviste que dejarlo

salir, y se fue. Porque el aire no permanece en el interior de tus pulmones, ni siquiera el

más delicioso.

¿Te das cuenta de lo que has retenido que no es saludable para ti? ¿Sabes que no

puedes guardar eso que has intentado conservar porque lo consideras bueno, aunque

sabes que tiene que irse? Y ahora que lo has captado, ¿qué vas a hacer?


Acátl, «caña»


Espacio de meditación orientado a la tolerancia.


Inducción


Sentado o recostado, en silencio, sin interrupciones. En el espacio adecuado –tal como se

ha descrito anteriormente–.

Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a

continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y

escucha.


Trance


Así, en contacto conmigo mismo, dirijo toda mi atención y toda mi energía hacia la parte

más íntima y profunda de mi ser. En este momento siento que mis pies, poco a poco, se

convierten en raíces que de manera lenta y gradual se introducen en la tierra. De allí

toman los nutrientes y la energía que paulatinamente sube por mis pies y mis tobillos,

que en este momento se transforman en el tallo de una caña, verde, fuerte y flexible.

Lentamente, mis piernas, mi abdomen y mi tórax se vuelven también un poderoso tallo

de caña, fuerte y suave, brillante, delgado, esbelto, sensible al movimiento del aire.

Ahora mis brazos y mi cabeza son los extremos de esa caña con hojas delgadas, finas, de

un verde intenso, y me permiten tomar la energía del Sol. Me siento fuerte, flexible y

suave. Ahora me doy cuenta de que yo soy esa caña, que se mece cadenciosamente al

ritmo fluctuante del viento, una y otra vez, incansable. De repente, el viento comienza a

soplar con gran fuerza, siento cómo me flexiono hasta casi tocar el suelo, de nuevo me

enderezo, gracias a mi elasticidad; un vendaval me sacude y me mueve caóticamente.

Por un momento, pierdo mi ubicación, no sé dónde me encuentro, no sé adónde me

llevarán las fuertes corrientes de la tempestad. Entonces, vuelve la calma, las fuertes

ráfagas han desaparecido.

Nuevamente sopla un vientecillo suave y fresco. Me doy cuenta de que logré pasar la

tormenta gracias a mi flexibilidad. No opuse resistencia, me dejé llevar por los vientos,

suave y humildemente.

Comprendo entonces que la tormenta se presenta en el momento menos pensando,

siempre inoportuna. Lo que me permitió pasar el temporal fue la tolerancia, la

elasticidad, el hecho de aceptar que no puedo oponer resistencia, porque me quebraría.

La mejor manera de hacerlo es moverme al ritmo del viento. Soy caña, soy elástico,

flexible, y ello me permite regresar siempre a mi verticalidad, a mi rectitud.

Ahora permanece unos minutos con esta sensación.

En el momento que desees, haz esta reflexión: «¿Cómo vivo esto en mi vida? ¿Me doy

cuenta de cuáles son esas tormentas que me descontrolan? Y, sobre todo, ahora sé que, al

ser flexible, recuperaré mi equilibrio, pues el temporal siempre pasará».


Técpatl, «pedernal»


Espacio dedicado a aceptar y manejar la rigidez.

El pedernal u obsidiana es una roca de gran dureza, una herramienta de trabajo en el

campo y para la construcción. Se utiliza también para elaborar otras herramientas. Es

cortante, punzante y dura. Con ella se hacen joyas delicadas y de gran belleza.


Inducción


Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Apoya tu espalda contra la

pared o contra un mueble, de manera que te sientas respaldado. Puedes extender o

flexionar tus piernas, como desees. Aleja de ti cualquier objeto que te estorbe. Procura

evitar que lleguen a ti ruidos del exterior. Si lo deseas, puedes tener música suave de

fondo. Coloca cerca una vasija con flores o un canasto con frutas aromáticas. Ahora

comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra

los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.


Trance


Respira lenta y pausadamente, una y otra vez, y repite este procedimiento tres veces.

Poco a poco, de manera gradual, comienza a relajar tu cuerpo, desde los pies hasta la

cabeza. Concentra toda tu atención y energía en el centro de tu ser, y dirígelas hacia tu

parte más íntima y profunda.

Desde allí verás un pedernal. Puede ser la roca que prefieras, una que conozcas bien.

Observa con detenimiento sus características. La piedra es dura, su propiedad

principal es la dureza, es lo que la hace ser roca. Puede ser lisa o áspera, pero siempre es

dura y firme. Pesa más que muchos otros materiales, por lo que en ocasiones puede

resultar incómoda o molesta para algunas personas.

Sin embargo, precisamente por esto es útil. Cuando se requiere de algo fuerte que

sujete, rompa o golpee, la roca es necesaria. Es también conveniente como herramienta,

y en ocasiones puede usarse como arma. Puede ser empleada para lo que se necesite.

Cuando choca con otra, lo más probable es que alguna de las dos se rompa.

Y son los elementos suaves y ligeros, como el agua y el viento, los que moldean y

esculpen la roca.

Identifica ahora las características de la piedra en ti. Siente de qué manera tienes tú

esas cualidades. Acepta que eres reconocido como una persona firme, y en ocasiones

dura. Según las circunstancias, puedes ser liso o áspero, fino o atento, y hasta amable, sin

que por ello pierdas tu dureza. En otros momentos, sin embargo, podrás sentir la

necesidad de ser ríspido, pesado, cortante y brusco para mantener tu firmeza.

Y eso es lo que eres, lo que necesitas, lo que demuestras.

Por ello, algunas personas te buscan. Les agrada tu seguridad, rudeza y confianza en ti

mismo. Te perciben firme y sólido. Tú sabes que puedes ser suave, liso y llano, sin dejar

de ser roca. Cuando te enfrentas con alguien, también intenso y duro, puedes lastimar o

resultar lastimado. Aceptas también que la amabilidad, el buen trato, la gentileza y el

amor te suavizan.

Ahora que te has dado cuenta de que eres así, ¿cómo lo has vivido antes? ¿Qué

resultados has obtenido? ¿Qué aprendes con la experiencia? Y, sobre todo, ¿qué vas a

hacer_


Tonatiuh, «Sol»


Espacio para reconocer, aceptar y valorar la capacidad energética.

El meditante reconoce en su interior el potencial energético que lo ha mantenido con

vida hasta ahora. Percibe la permanencia de la fuente de vida, y reutiliza su fuerza para

alivio de su desánimo.


Inducción


Colócate en reposo, con la espalda recostada contra la pared, un mueble o un árbol.

Puedes extender o flexionar las piernas, como desees. Aleja de ti cualquier objeto que te

estorbe. Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Puedes poner

cerca de ti una vasija con flores o un canasto con frutas aromáticas. Ahora comienza a

leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que

mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.


Trance


Respira lenta y profundamente, exhala con suavidad, permite que el oxígeno que has

inhalado ocupe un lugar saludable en el interior de tu cuerpo. Hazlo una y dos veces

más. Ahora vas a concentrar toda tu atención y energía en la parte más íntima y profunda

de tu ser. Desde ahí, con tu mirada interior, vas a ver el Sol.

Ves ahora el Sol, reconoces todas sus características. Es grande, intenso y brillante. Es

generoso porque da su luz y su calor sin restricciones, lo entrega a todos por igual.

Genera y crea, pues gracias a su radiación surge la vida en la Tierra. Está en lo alto y,

por lo general, todos pueden verlo.

Su calor puede ser muy agradable por las mañanas y en épocas de frío, pero también

puede ser molesto y hasta perjudicial por la tarde o en temporadas de verano. El Sol da

su calor en abundancia y no sabe cuándo molesta o cuándo lastima a algunas personas.

En días nublados, hay personas que no ven el Sol, aun cuando siga emitiendo su luz.

Pero el astro no se percata de esto.

Mientras brilla, es dadivoso. Pero no siempre es luminoso ni siempre está en lo alto.

Al cabo de un tiempo declina y se oculta en el horizonte. Y la oscuridad cubre el mundo.

Pero lo importante es que el Sol vuelve a surgir, con entusiasmo, energía y luz.

Vas a convertirte ahora en el Sol. Reconoce que eres grande y brillante. Con tu luz

ayudas, guías y orientas a muchas personas. Te buscan precisamente porque eres

generoso y das sin restricciones. Eres capaz de dar vida y de hacer que surjan nuevas

creaciones en ti, en tus familiares, compañeros y amigos.

Estás en lo alto y todos pueden verte. Todos te conocen e identifican.

Te das cuenta de que en ocasiones, cuando das con intensidad, lastimas y dañas en vez

de beneficiar, como tú querías. A veces, sin que te des cuenta, tu excesivo calor

perjudica. Tal vez los demás huyen o se ocultan para protegerse de ti, y ello te

desconcierta. Puedes llegar a pensar que no te quieren. Y dejas de ver que para estar bien

necesitan poner distancia.

Eres generoso y das sin restricciones. Solo que de vez en cuando algunas personas no

te agradecen ni reconocen tu luz y tu calor. Puedes entonces sentirte mal,

incomprendido, rechazado y percibes que no te agradecen. Lo que ocurre es que esas

personas están viviendo su día nublado. No es culpa tuya, los nubarrones y las tormentas

existen, y se interponen entre ellos y tú. No te ven, se sienten abandonados.

Reconoce que en algún momento necesitas abandonarlos. Es preciso que vayas al

horizonte y descanses. Si brillaras todo el día, harías un gran daño y, además, te

apagarías. Necesitas descanso, ocultarte y dejar de dar. ¿Qué harán ellos durante este

tiempo? ¿Cómo lograrán darse a sí mismos luz y calor? Sabes muy bien que encontrarán

la manera. Podrán estar sin ti.

A la mañana siguiente resurgirás con nuevos bríos, resplandeciente y cálido. Y darás

energía y vida. Tal vez a las mismas personas, tal vez a otras.

¿Cómo eres tú cuando eres así en tu vida diaria? ¿Te das cuenta de cómo afectas a los

demás? ¿Te das cuenta de cómo te afectas a ti?

Y ahora que te has dado cuenta, ¿qué vas a hacer?


Xóchitl, «flor»


Espacio para aceptar la belleza, la fragilidad y la fecundidad.

Flores que embriagan

Canto de elogio a la genitalidad femenina

Todos de allá hemos venido,

de donde están plantadas las flores,

las flores que trastornan a la gente,

las flores que hacen palpitar los corazones,

han venido a esparcirse,

han venido a hacer llover.

Guirnaldas de flores,

flores que embriagan.

¿Quién está sobre la estera de flores?

Resuena un hermoso canto,

se estremecen las flores.

XAYACÁMACH, poeta azteca

En este ejercicio de meditación, la persona se identifica con la flor y se reconoce como

un ser bello, frágil, fragante y digno de ser admirado, tocado y acariciado. Acepta su

sensualidad, su capacidad de atracción y su fecundidad.


Inducción


Colócate en una posición cómoda, con la espalda recostada contra la pared, un árbol o

una roca. Extiende tus piernas y permite que estén relajadas y suaves. Puedes situar las

manos a los lados del cuerpo o sobre las piernas o el abdomen. Aleja de ti cualquier

objeto o prenda que te estorbe. Procura evitar sonidos que interrumpan la meditación.

Coloca cerca de ti una vasija con flores o un canasto con frutas aromáticas. Ahora

comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra

los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.


Trance


Inicia tu trance respirando suave, profunda y lentamente. Permite que el aire entre con

ligereza, disfrútalo. Una, dos y hasta tres veces. Ahora dirige toda tu atención y energía a

la parte más íntima y profunda de tu ser. Permite que toda tu energía interior se

distribuya lenta y segura por todo tu cuerpo.

Ahora, con tu energía centrada en lo más profundo de tu ser, vas a ver una flor.

Obsérvala con todas sus características. Es suave, delicada y tersa. Se muestra abierta y

expuesta, su color puede ser único o diverso. Tiene gran variedad de formas, tamaños y

texturas. Además, tiene un olor característico que la identifica. Ninguna flor huele igual

a otra, cada una expele su propia esencia. Es atractiva, llama la atención y atrae las

miradas. Ofrece delicioso néctar a las abejas, las avispas y a otros insectos. También a

los colibríes y a otras aves. Es fecunda, pues con su polen da origen a otras flores y

plantas. La flor es también señal de creatividad, pues donde hay una flor, habrá un fruto.

Aprovecha su vida, sabe que después de llegar a su esplendor, su color, su forma y su

aroma desaparecerán; se marchitará.

La flor es generosa, pues da su belleza, su color y su perfume a quienes la ven y se

acercan a ella. Y después se retira, discretamente.

En este momento, prepárate suavemente para convertirte en flor. Poco a poco, integra

en ti sus características. Acepta que eres hermosa, delicada y suave. Reconoces en ti la

capacidad de atraer, de gustar y de ser aceptada. Algunas veces, te muestras de un solo

color, y por ello destacas. En otras ocasiones te presentas con una gran variedad de

tonalidades, y entonces resultas muy admirada. Te das cuenta de que tienes una gran

facilidad para hacer llegar a ti a personas de muy diversos estilos y gustos. Eres

generosa, porque te gusta dar, ofreces algo que agrada y deleita, el néctar de tu amistad y

simpatía.

Identificas tu fecundidad, sabes que eres productiva, generadora y siempre fructificas.

Reconoces también tu brevedad. Aceptas que tus formas, colores y perfumes tienen un

límite de tiempo. Por ello decides aprovechar la vida, mostrarte fecunda, abierta y

colorida. Estás decidida a dar frutos y acatas finalmente tu marchitez.

Cuando eres así, en este momento de tu vida, ¿cómo eres? ¿A quién se lo haces?

¿Cómo te lo haces a ti? Y haciéndolo así, ¿qué resultados obtienes? Una vez que te has

dado cuenta, ¿qué vas a hacer?


Cóatl, «serpiente»


Espacio de meditación orientado al ejercicio de la sabiduría y de la prudencia para la

obtención de un fin.

Es interesante saber que para los aztecas la serpiente era un animal digno de

adoración. Ellos no veían en la serpiente ningún signo diabólico, de maldad o

perversidad. De hecho, la palabra «diablo» o «demonio» no existe en el idioma náhuatl.

Su civilización estaba basada en la agricultura; los roedores son enemigos de los

plantíos, las serpientes devoran a los roedores. Ergo, la serpiente es un animal que ayuda

y protege.


Inducción


Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Colócate en una posición

cómoda, recostado o acostado; lo importante es que nada te moleste. Aleja de ti

cualquier prenda de vestir, objeto o cualquier cosa que pueda incomodarte. Pon cerca de

ti una vasija con flores o frutas aromáticas. Comienza a leer lenta y pausadamente,

haciendo tuya la lectura. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que

mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.


Trance


En este momento, voy a dirigir toda mi fuerza, mi voluntad y mi entusiasmo hacia la

parte más íntima y profunda de mi ser. Reunida allí toda mi energía, voy a ver a una

serpiente. En este momento la estoy viendo, con su cuerpo ágil, elástico y flexible. Veo

cómo se mueve, con gran facilidad, sobre terreno rocoso, espinas, arenas desérticas,

suelo húmedo; puede moverse en el agua, en el pantano e, incluso, subir a los árboles;

siempre llega adonde desea. Ahora pongo atención en su quehacer. La serpiente se

mueve cuando necesita hacerlo, es cautelosa, lenta o rápida, según se requiera, no

desperdicia movimientos.

Cuando busca su alimento, sabe esperar pacientemente, no se distrae, no se desespera,

está alerta, aun cuando parece dormida; no le turban la lluvia, el viento ni el calor.

Espera, pacientemente, espera, espera, espera, y, cuando siente la oportunidad, ataca.

Ahora conviértete en esa serpiente; te das cuenta de que tú eres así. Recuerda que

durante gran parte de tu vida te has movido por todo tipo de terrenos, desde campos

fértiles hasta desolados, y siempre has logrado salir adelante. Recupera la fuerza interior

que te ha ayudado a moverte con fluidez, flexibilidad y seguridad a través de todos los

problemas, interrupciones y bloqueos que has encontrado en tu camino. En este

momento te das cuenta de que sabes esperar, y reconoces todas aquellas ocasiones en

que estuviste a punto de desesperarte y te mantuviste firme, alerta, inconmovible,

esperando, esperando. Llegado el momento oportuno, tomaste la decisión y acertaste.

Ahora te dices: «Yo soy así, recupero mi capacidad de adaptarme a ambientes

hostiles, reconozco mi habilidad de seguir mi camino a pesar de los obstáculos; acepto

mi destreza para esperar, pacientemente; esperar. Me felicito por saber actuar a tiempo,

en el momento preciso».

Ahora puedes preguntarte: «Cuando las cosas no han resultado como yo quería, ¿qué

fue lo que dejé de hacer? ¿Olvidé mi sabiduría? ¿Desconfié de mis capacidades? ¿Fui

desconfiado y actué abruptamente?». Ahora lo sé, y recupero mis habilidades. Sé lo que

quiero hacer, sé cómo hacerlo y tengo lo necesario para ello.


Cuauhtli, «águila»


Espacio de meditación orientado a aprender a tolerar la frustración.


Inducción


Elige un momento en el que te sientas libre y sin compromiso. Busca un sitio cómodo y

sin ruido. Sentado o recostado, con la espalda apoyada en la pared o en un mueble. Aleja

cualquier objeto que te estorbe. Coloca cerca de ti una vasija con flores o frutas

aromáticas. Respira lenta y profundamente. Ahora comienza a leer lenta y

pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que

mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.


Trance


Concentra toda tu atención y energía en el centro de tu ser. Dirige tu fuerza y tu

entusiasmo hacia el centro de ti mismo. Allí, en lo profundo de tu persona, vas a ver a un

águila. Ahora mismo la ves posada en la rama más alta de un enorme árbol, o tal vez está

en la orilla de un elevado risco. Respira tranquila, suave, pausada y reposadamente. Con

sus hermosos ojos y su aguda vista recorre relajada el panorama; no se desespera. Con

gran facilidad, emprende el vuelo, y la fuerza de sus alas se eleva hasta grandes alturas.

Allá arriba vuela en círculos y, para ahorrar energía, se deja llevar por la fuerza del

viento, planeando, flotando, surcando el aire con elegancia y suavidad. En ese momento

detecta un movimiento allá abajo, a lo lejos. Tal vez un conejo, tal vez una ardilla, sea lo

que fuere, es alimento. Súbitamente repliega sus alas y se deja caer en picado, a gran

velocidad; va directamente hacia su presa.

Poco antes de tocar el suelo, despliega sus alas para volar lentamente y apresta sus

fuertes garras. Pero el conejo la ha detectado y huye muy rápido a esconderse en su

madriguera. El ataque se ha frustrado. El águila, entonces, mueve sus alas a gran

velocidad y vuelve a elevarse.

El ave es poderosa, fuerte y ágil, no se detiene a lamentarse de su fracaso, no se enoja

consigo misma, no se decepciona ni se retira a afligirse por haber fallado. Vuelve a volar

en círculos, paciente, reposada y pausadamente, al tiempo que ve desde lo alto el

panorama, hasta que se dé otra oportunidad. Y lo hará una y otra vez, incansable, hasta

que consiga su objetivo.

En este momento, conviértete en esa águila, siente la fuerza dentro de ti. Obsérvate a ti

mismo mirando desde lo alto, posado en tu base firme. Recuerda cómo lo haces en tu

trabajo, en tu casa o en cualquier situación de tu vida. Ahora recuerda las ocasiones en

las que has estado volando en círculos, pensando, reflexionando, decidiendo y esperando

a que se presentara la oportunidad que habías deseado. Vas a recordar cómo te has

lanzado con toda tu energía, tu determinación y tu fuerza hacia el objetivo elegido. Y

recuerda también cuántas veces has fallado en el intento.

¿Recuerdas qué hiciste entonces? ¿Te recriminaste por tu error de cálculo? ¿Te

insultaste a ti mismo por fallar? ¿Te sentiste decepcionado? Date cuenta, en este

momento, de que eres un águila, de que tienes fuerza, visión, capacidad de planeación y

de acción. Particularmente, recuerda que sabes reponerte de un error de cálculo. Que

siempre tendrás fuerza en tus alas para remontar el vuelo y regresar a la contemplación y

la planeación. Que tienes la paciencia y la calma necesarias para intentarlo una y otra

vez, sin desanimarte ni frustrarte. Que tu nuevo ataque será mejor que el anterior, y que

siempre que lo has hecho has logrado tu objetivo.

Ahora que te has dado cuenta, ¿qué harás en adelante?

Cuetlachtli, «lobo»


Espacio dirigido a la aceptación del rechazo.

El lobo es un depredador natural y en esencia carnívoro. Puede atacar a presas muy

pequeñas, como conejos, ratones o ardillas, y animales de mayor tamaño y peso que el

suyo, como venados y jabalíes. Acostumbra a cazar en manada a través de hábiles

estrategias de acoso, de manera que es difícil que una presa se les escape. Teme al

hombre, pero lo ataca cuando lo ve solo y vulnerable. Aunque prefiere vivir y cazar en

bosques y campos abiertos, y rehúye de los lugares poblados, en situaciones que lo

merezcan es capaz de cazar rebaños de ovejas, cabras y vacas. Es hábil para entrar en los

gallineros, lo que le ha creado fama de dañino y pernicioso.


Inducción


Prepara el lugar y el momento para tu meditación, de manera que nada la interrumpa.

Colócate en una postura cómoda, con la espalda apoyada en la pared, un mueble o

cualquier objeto que te haga sentir firme. Si lo deseas, puedes acostarte. Aleja cualquier

objeto que te estorbe. Si puedes, coloca cerca de ti una vasija con flores o una cesta con

frutas aromáticas. Respira suavemente. Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si

quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante

todo el ejercicio– y escucha.


Trance

Respira suave, lenta y pausadamente, bajo tu propio tiempo, sin prisa. Siente cómo el

aire entra hasta lo más profundo de tus pulmones y te llena de oxígeno, energía y vida.

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Exhala suave y prolongadamente con el fin de expulsar todo aquello que no necesita

estar dentro de ti. Ahora concentra toda tu energía y atención en el centro de ti mismo.

En ese lugar, en el centro de tu ser, ves un lobo. Lo puedes ver bien, avanza con su

trote característico, en medio del bosque, camina con seguridad, confiando en su aguda

vista, en su fino olfato y en su privilegiado oído. Es hábil para captar las cosas, puede

detectar con antelación la presa que desea cazar. También es diestro para avizorar el

peligro y evitarlo. Sabe que no tiene muchos enemigos; pocos animales se atreven a

enfrentarlo porque conocen su fuerza, su energía y su rapidez. De ser necesario, solo le

basta con aullar y su manada acude en su ayuda. Eso le gusta, tiene un buen grupo

familiar que lo apoya, lo acompaña y nunca lo deja solo. Es buen padre o madre porque

cuida con esmero de sus cachorros, los acompaña y los alimenta hasta que son

independientes. Los defiende con valentía. Sabe que algunas personas lo consideran un

animal destructivo, traicionero y feroz.

Ahora, mientras observas a ese lobo caminar por el bosque, poco a poco te conviertes

en él. Te has hecho dueño de su personalidad, eres tú. Te das cuenta de que caminas por

la vida con gran seguridad, conoces muy bien los caminos por los que te mueves,

reconoces que tienes buena vista para detectar oportunidades, negocios, trabajos o

clientes. También aceptas que tienes buen oído, sabes escuchar, eres atento, captas las

noticias, estás al tanto de los últimos acontecimientos. Gracias a tu buen olfato, percibes

con claridad los riesgos.

Logras identificar con rapidez cuándo una situación no te favorece. Y cuando has

elegido tu objetivo, sabes llegar a él con certeza, seguridad y fuerza. También te das

cuenta de que tienes buenos aliados, has sabido rodearte de buenos amigos, socios,

compañeros y familiares que te apoyan, trabajan contigo y te son leales. Ya te observaste

a ti mismo ser un buen padre o madre de familia. Te gusta cuidar de los tuyos y lo haces

bien. Siempre estás dispuesto a protegerlos con toda tu energía. Así eres y así te ven los

demás.

Tal vez a otras personas les pareces agresivo, hostil y amenazante. Y en ocasiones eso

te ha incomodado o, francamente, te ha molestado. En este momento lo piensas

reposadamente, y te dices que no importa. Que tú sabes perfectamente quién y cómo

eres. Que no vale la pena dejar tu energía en los pensamientos o las ideas de los demás.

Que tu fuerza y sagacidad las aprovechas en tu beneficio, y en el de tus seres queridos.

Te das cuenta de que haces lo tuyo, y obtienes lo que necesitas. No agredes ni dañas,

aunque los demás lo piensen. Vas por lo tuyo, solamente; lo tuyo. El rechazo de los

demás es más bien incomprensión, y te percatas de que no los necesitas.

¿Te das cuenta de cómo lo has hecho en tu vida? ¿Sabes ahora lo que has estado

haciendo por temor a que los demás te consideren agresivo? ¿Te das cuenta de lo que has

dejado de hacer? Y una vez que lo has hecho, ¿qué decides? ¿Qué harás en adelante?

Huilótl, «paloma»

Espacio de meditación orientado a la aceptación de la libertad, al desapego de los hijos.
La paloma vive en el campo y en las casas. No es completamente doméstica, ni
completamente silvestre. Sabe aprovechar las ventajas de ambos entornos. Y también sus
desventajas. Tiene una sola pareja. Despide a los hijos, pues no depende de ellos, y
continúa viviendo en comunidad.

Inducción

Recuéstate o acuéstate, lo que tú desees; es importante que te sientas muy cómodo,
relajado y libre. Elimina cualquier objeto que te estorbe. Procura que nadie te interrumpa
y que no haya ningún ruido alrededor. Coloca cerca de ti una vasija con flores o frutas
aromáticas. Respira lenta, pausada y reposadamente. Ahora comienza a leer. Si quieres,
graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el
ejercicio– y escucha.

Trance

Respira varias veces lenta y pausadamente. Concentra toda tu atención y toda tu energía
en el centro de ti mismo. Allí, en la parte más íntima y profunda de tu ser, verás una
paloma. Puedes verla tranquila, posada sobre la rama de un árbol o en el alero de un
tejado. Está serena, quieta y sosegada, se siente libre. Para expresar su bienestar, emite
un suave gorjeo. Mientras tanto, su pareja se acerca, permanecen unidos largo rato, con
sus picos se hacen caricias y con sus alas se cubren mutuamente. En cierto momento, la
paloma se yergue, abre sus alas y emprende el vuelo, se aleja de su pareja. Se eleva por
los aires y planea, hace evoluciones en el cielo. Se reúne con otras palomas, vuelan en
conjunto y hacen amplios recorridos, coordinadamente, pasando sobre las torres de los
templos, los tejados, las casas y los edificios. De común acuerdo descienden juntas a
beber en el agua del arroyo o de la fuente, picotean los granos que hay en el suelo y, de
nuevo, se elevan para seguir volando en libertad.

La paloma vuela ahora hacia su nido. Allí están sus hijos; los polluelos han crecido y
tienen alas grandes y fuertes. Se posa en el borde del nido, donde los polluelos están
amontonados, ocupando todo el espacio.

Han crecido tanto que apenas caben en el nido. Entonces la madre empuja poco a poco
a uno de los polluelos con su pico y sus alas; el polluelo emite chillidos de temor, pero la
paloma no se detiene y sigue empujándolo hasta que logra que salga del nido. El
pequeño se precipita al suelo, pero nunca llega a chocar, pues despliega sus alas y vuela;
torpemente al principio, después con más seguridad, hasta que consigue posarse en la
rama de un árbol o en el tejado de una casa. La madre, entonces, hace lo mismo con los
demás polluelos, hasta que logra sacarlos a todos. Los más jóvenes no regresan al nido.
La paloma ha cumplido con la labor de darles libertad.

Ahora, en este momento, concentra toda tu atención y energía en el centro de tu ser, y
conviértete en esa paloma.

Te das cuenta de que tienes la facilidad de estar quieta, tranquila y serena, y observas
el mundo desde tu sitio confortable. Acepta que te gusta formar parte de una comunidad,
en la que tienes amigos, compañeros de trabajo y familia. Tienes una pareja con la que
compartes la ternura, el amor, la cercanía, los besos y las caricias. Y te agrada. Aun así,
también te gusta volar sola, o con otras personas; viajas por el espacio, recorres otros
campos y convives con los demás.

En este momento te das cuenta de que ya has –o en un futuro lo harás– impulsado a
tus hijos a que dejen el nido. Seguramente, a ellos no les gustará y buscarán quedarse,
chillarán pidiéndote que los dejes permanecer un poco más en su morada confortable y
tibia. Te sientes firme y decidida; los impulsarás a que salgan y vuelen con sus propias
alas.

Desde la altura puedes ver a tus hijos volando libremente, lejos de ti; puedes ver a tu
pareja libre, en su espacio propio, y a ti misma disfrutando, gozando y contemplando
reposadamente, como cuando vives tu vida en libertad.

¿Te das cuenta de cómo lo has hecho? ¿Qué has provocado en ellos? Al darte cuenta,
¿qué sientes? Y una vez que lo has visto, ¿qué vas a hacer?

Huitzili, «colibrí»

Espacio dirigido a la aceptación de la sexualidad masculina.
Yo, florido colibrí
Canto de elogio a la genitalidad masculina
He llegado a los brazos del árbol florido,
yo, florido colibrí.
Con aroma de flores me deleito,
con ellas mis labios endulzo.
Oh, Dador de la vida,
con flores eres invocado.
Te veneramos aquí,
y te damos deleite.

TALPALTEUCCITZIN, poeta azteca

El colibrí es la más pequeña de las aves –aunque hay diversas especies dentro del mismo
género–. Sus características más distintivas son un largo pico y una fuerza descomunal.
Su pico es así porque le sirve de herramienta para alimentarse; lo introduce en la flor
para libar el néctar. Al hacerlo, el polen queda adherido a este; después lo deposita en
otra flor, y, de esta manera, favorece su fertilización. Para alimentarse, el colibrí lleva a
cabo este procedimiento varias veces al día, por lo que hace un trabajo de polinización
múltiple; es el gran fertilizador. Mueve sus alas a gran velocidad, lo cual le permite
mantenerse estable en el aire. Para ello requiere de un enorme consumo de energía, por
lo que se nutre de azúcares y, como complemento, de frutas y de algunos insectos.
Aunque se trata de un animal pequeño, se mueve a gran velocidad, y puede hacer virajes
rápidos en el aire, lo cual lo pone a salvo de depredadores.

Inducción

Busca un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Colócate en una postura
cómoda, sentado, con la espalda apoyada. Si lo deseas, puedes permanecer acostado.
Aleja de ti todo lo que te estorbe. Puedes escuchar música suave o permanecer en
silencio. Es recomendable tener cerca una canasta con frutas aromáticas o una vasija con
flores. Ahora, comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a
continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y
escucha.

Trance

Concentra toda tu energía y atención en tu respiración. Inhala y exhala suave, pausada y
reposadamente, una y otra vez, y siente cómo te tranquilizas.
Concentra toda tu fuerza en el interior de ti mismo; vas a ver a un colibrí. Lo ves batir
sus alas a gran velocidad, hasta el punto de que no se ven; parecen solo una imagen
tenue translúcida. Parece como si el colibrí no se moviera, como si estuviera suspendido
en el aire. Puedes ver ahora cómo se dirige con seguridad y confianza a una hermosa
flor. Se acerca con cuidado y dirige su largo pico hacia el cáliz. Lenta y gradualmente
introduce su pico, y permanece al mismo tiempo estático y en movimiento. Estático
porque se detiene en el aire y no se desplaza; en movimiento porque sus alas se agitan
con gran energía y velocidad. Lo puedes ver concentrado en lo que hace, no se distrae,
saborea el dulce néctar que bebe, percibe el aroma fragante de la flor y goza del
momento.

Cuando termina retira su pico del interior. Se dirige a otra flor y repite el
procedimiento. Tal vez el colibrí lo sabe, o tal vez no lo sabe, pero con sus movimientos
fertiliza las flores; lo que sí sabe es disfrutar el momento.
Concentra toda tu atención y energía en ti mismo. En este momento te conviertes en
un colibrí. Eres ese colibrí. Reconoces en ti una gran fuerza, sabes que eres fuerte, que
tienes la capacidad de moverte con agilidad y rapidez en diferentes campos.
Te das cuenta de que eres muy confiado, no temes a los enemigos porque los
identificas rápidamente y sabes alejarte con presteza. Por eso te mueves con agilidad en
cualquier tipo de bosque. Eres muy hábil para distinguir la belleza y te sientes atraído
por la hermosura. Te acercas siempre con cuidado, calculando tus movimientos, y
cuando te sientes seguro de que vas a ser bien recibido, introduces tu pico y disfrutas del
delicioso néctar, del perfume aromático y de la suavidad de los pétalos. Gozas
intensamente el momento.

En ese instante olvidas cualquier preocupación. Despliegas una enorme energía para
mantenerte en el lugar y, al mismo tiempo, en tu interior permaneces quieto. Te das
cuenta de que es una paradoja que disfrutas intensamente. Cuando te sientes satisfecho,
te retiras con delicadeza.

¿Cómo eres tú siendo así, como un colibrí? ¿En qué momentos te comportas de esta
manera? Te das cuenta de que el gozo intenso es al mismo tiempo instantáneo, breve y
pasajero. Energía y descanso, fuerza y paz. ¿Cómo lo vives en tu vida?

Itzcuintli, «perro»

Espacio de meditación dirigido a la aceptación de la fidelidad y el amor.
El perro fue el primer animal que acompañó al hombre. En todas las comunidades
humanas ha habido perros; en todas partes se han caracterizado por ser los mejores
amigos del hombre. Cada raza tiene diversas habilidades y destrezas, y conservan
también sus características: son amistosos, juguetones y vigilantes.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Ubícate cómodamente,
sentado o recostado, con la espalda apoyada en la pared o en un mueble. Si lo deseas,
puedes acostarte. Aleja cualquier objeto que te estorbe; si puedes, coloca cerca de ti una
vasija con flores o un canasto con frutas aromáticas. Ahora comienza a leer lenta y
pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que
mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira lenta y profundamente, una y otra vez. Hazlo así tres veces. Relaja tu cuerpo,
primero los pies, y sube gradualmente hacia la cabeza.
Ahora, con tu mirada interior, vas a ver a un perro. El que tú desees; puede ser uno
que conozcas, que recuerdes de tu infancia o el que siempre hayas querido tener.
Obsérvalo detenidamente y percibe sus cualidades. Es ágil y rápido, le gusta correr,
saltar y curiosear. Tiene buen olfato, por lo que disfruta acercándose a todos los objetos
y oliéndolos detenidamente, para conocerlos bien. Tiene también un excelente oído;
puede detectar desde una gran distancia cualquier sonido, por imperceptible que parezca.
Por eso es buen vigilante, pues sabe detectar cualquier peligro. Cuando duerme lo hace a
pierna suelta, totalmente relajado, aunque cuando percibe cualquier peligro se despierta
enseguida.

Es afectuoso, salta, mueve la cola y corre alrededor de una persona cuando la
reconoce, la ve o como señal de agradecimiento. Es un gran protector; está dispuesto
siempre a cuidar y a resguardar a quienes ama, ya sea a su pareja, a sus cachorros o a sus
amigos. Tiene un gran sentido de la orientación; siempre encuentra el camino de regreso
a casa, pues sabe dónde está. Es capaz de recorrer grandes distancias para estar con los
suyos.

Vas a convertirte en ese perro. Poco a poco, lenta y gradualmente, vas a reconocer en
ti las cualidades que has visto en él. Te das cuenta de que eres así. Eres amistoso,
afectuoso y juguetón.

Te gusta demostrar tu cariño con movimientos y expresiones intensas y divertidas.
Eres muy dado a tu familia, manifiestas tu amor a la pareja, a los hijos y a los amigos. Te
gusta ser fiel al afecto que les tienes y les profesas. Eres capaz de detectar cualquier
peligro, por pequeño que sea, y de inmediato te dispones a proteger a quienes amas.
Eres capaz de recorrer grandes distancias para estar con los tuyos. Llevas a cabo
cualquier esfuerzo o trabajo para beneficiarlos. Te das cuenta ahora de que sabes
descansar, de que te gusta relajarte y dormir plácidamente, aunque despiertas con
facilidad ante cualquier alarma.

Sabes ser buen amigo. Demuestras tu amistad y amor con cercanía, contacto, entrega y
fidelidad. Eres así.
Ahora que te has dado cuenta de esto, ¿cómo lo vives en este momento de tu vida?
¿Qué has aprendido de esta experiencia? ¿Deseas hacer algún cambio? ¿Qué vas a hacer
en adelante?

Mazátl, «venado»

Espacio orientado a la autoprotección.

El venado vive en manada; en ocasiones en pequeños grupos de familias o en grandes
tribus de varios elementos emparentados. Tiene un oído fino y una visión aguda, que le
permite detectar cualquier peligro y huir a gran velocidad. Siempre huye solo; corre con
el grupo, pero no se detiene a ayudar al caído. Por encima de todo, se cuida en esencia a
sí mismo.

Inducción

Siéntate sobre un tapete o una estera, y vigila que tu espalda esté recostada en una
superficie plana. Puedes colocar tus piernas extendidas o flexionadas y procura sentirte
cómodo. Aleja de ti cualquier objeto que te estorbe. Vigila que durante tu tiempo de
meditación no haya ruidos ni interrupciones. Coloca cerca de ti una vasija con flores o
frutas aromáticas. Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz
y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y
escucha.

Respira varias veces, lenta y profundamente. Concentra toda tu atención y energía en el
centro de tu ser.

Verás a un venado. Lo ves caminar en medio del bosque. Es grande, fuerte y ágil,
puede iniciar una carrera en un instante y moverse a gran velocidad, puede saltar
obstáculos altos y enrevesados. Lo ves como sueles verlo, acompañado de su familia,
siempre con una pareja; ambos cuidan de sus hijos, les gusta vivir acompañados de sus
semejantes y entre todos se ayudan. En conjunto, buscan los mejores pastos y encuentran
agua para beber en arroyos y lagunas.

Cuando su familia o sus semejantes pastan tranquilamente, el venado aguza sus
sentidos para estar alerta, mueve su cabeza en todas las direcciones y dirige su fina vista
a todos los rincones del campo, en busca de algún predador, alza sus grandes orejas para
detectar con su oído sensible cualquier sonido que lo advierta de un peligro. Si detecta a
algún enemigo, corre de inmediato para alejarse del peligro. Emite una señal de alerta
para que todos corran junto a él. Toma la delantera, porque sabe por dónde pueden
escapar, conoce el camino y espera que lo sigan.

Si alguno de ellos cae, tropieza o es atrapado, el venado no se detiene; sigue porque
necesita ponerse a salvo y guiar a los demás. Siempre busca protegerse a sí mismo.
Vas a concentrar toda tu atención y toda tu energía en el centro de tu ser. En este
momento te identificas con ese venado. Vas a reconocer en ti sus cualidades. Te das
cuenta de que tú eres así, grande y fuerte, que caminas con facilidad por todo tipo de
campos. Recuerdas que sabes librarte de los obstáculos, saltar las barreras y seguir tu
camino.

Te has percatado de que tienes una gran habilidad para detectar el peligro, siempre has
advertido los riesgos antes de que te ocurran, has reconocido al enemigo mucho antes de
que se acerque a ti. Sabes detectarlo y avisas a los demás de la amenaza.
Acepta también que tienes el don de evadir la confrontación, que logras salir y alejarte
del problema. Buscas estar bien contigo mismo, y dejas que los demás resuelvan lo suyo.
Comprendes ahora que no puedes hacerte cargo de los demás, que no puedes protegerlos
a ellos, si antes no te proteges a ti mismo. Si alguno de tus compañeros o familiares
tropieza con los obstáculos de la vida y cae, no te detienes a levantarlo, sigues tu camino
porque comprendes que el compromiso lo tienes con tu integridad, tu salud y tu
bienestar.

Y siempre consigues ponerte a salvo.
Ahora respira lenta y pausadamente, una, dos, tres o más veces, las que consideres
necesarias.

¿Cómo te sientes? ¿De qué te das cuenta? Y si te has dado cuenta, ¿qué vas a hacer?

Miztli, «puma»

Espacio orientado al control de la violencia.
El puma es poderoso. No tiene enemigo natural, es un cazador hábil, tiene un
excelente olfato, una vista certera, es ágil, rápido y fuerte. Estos recursos los utiliza para
alimentarse. No agrede. Le gusta situarse en las montañas elevadas y contemplar el
panorama, sabe que nadie lo atacará y que usará su fuerza solo cuando lo requiera.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que podrás estar aislado sin interrupciones. Sentado o
recostado, apoya la espalda contra la pared o contra un mueble; puedes sentarte en una
estera, sobre cojines, almohadones o en el suelo. Coloca las piernas extendidas o
flexionadas como desees, lo importante es que te sientas cómodo. Aleja de ti cualquier
objeto que te estorbe. Puedes poner cerca una vasija con flores o frutas aromáticas.
Respira lenta y pausadamente, una y otra vez, una y otra vez. Ahora comienza a leer. Si
quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante
todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira suave, lenta y pausadamente, una, dos veces o las que consideres necesarias para
sentirte relajado y en armonía. Concentra ahora toda tu atención y energía en el centro de
tu organismo.

Ahí, en el centro de tu ser, vas a ver a un puma. En este momento lo ves caminar
pausadamente por el bosque, entre altos árboles. Sus pasos son suaves, naturales y
espontáneos. Conoce su fuerza y sabe ahorrar energía, no desperdicia movimientos. Su
andar parece distraído o indiferente; sin embargo, su oído fino y su agudo olfato están
siempre alerta.

Sabe que no tiene enemigos naturales, nadie es más poderoso que él, por eso camina
con gran seguridad. Le gusta subir a la montaña y observar el panorama desde un
elevado risco, reposada y tranquilamente. Desde allí distingue su alimento. Desciende
con cautela, sin hacer ruido; se acerca lentamente a su presa, sin precipitarse. Cuando
está seguro de que está a su alcance, inicia una veloz carrera, y emplea todos sus
músculos y sus sentidos, hasta que captura a su objetivo.

Una vez lo ha conseguido, se lo toma con calma. Sube de nuevo a la montaña y allí,
tranquila y reposadamente, disfruta de su caza.

Ahora vas a convertirte en ese puma.

Te das cuenta de que tienes una gran fuerza, agilidad y destreza. Sabes que puedes
caminar por diversos campos, desde el bosque hasta la montaña, y en todos estos lugares
te sientes bien, estás ubicado y confiado. Reconoces que no tienes adversarios, porque
nadie tiene lo que tú, y, por lo tanto, no pierdes tu energía con especies menores.
Te gusta observar el panorama desde las alturas, desde donde tienes una amplia
perspectiva. Observas, reflexionas y eliges tu objetivo. Cuando has tomado una decisión,
sabes conducirte hacia la meta con calma, paciencia y cautela. Entonces, sabes que
lograrás lo que te has propuesto porque lo planeaste cuidadosamente.
Una vez que has conseguido lo que deseas, disfrutas de tu logro apacible y
calmadamente, aceptas lo que eres.

¿Te has dado cuenta de qué manera lo haces en tu vida cotidiana? ¿Qué aprendes de
ello? Y una vez lo has reconocido, ¿qué deseas hacer?

Océlotl, «jaguar»

Espacio orientado al control de la impulsividad y a la convivencia armónica.
El jaguar vive en la selva tropical. No tiene enemigo natural, pero vive rodeado de
otras especies que compiten por su alimento. Tiene que cuidar constantemente sus
presas, con el fin de que no le sean arrebatadas por ocelotes, linces, zorros, coyotes o
aves rapaces. No puede combatirlos, pues son demasiados; por lo tanto, aprende a
convivir con ellos, sin violencia, manteniendo una distancia protectora.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que estarás libre de interrupciones. Siéntate o
recuéstate, como tú desees, lo importante es que te sientas cómodo. Aleja de ti cualquier
objeto que te estorbe. Puedes colocar cerca una vasija con flores o frutas aromáticas.
Ahora comienza a leer lenta y pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación,
cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira lenta, profunda y pausadamente, siente cómo entra el aire cuando debe entrar,
sin prisas. Exhala calmadamente, y siente cómo dejas salir el aire libremente. Concentra
toda tu atención y energía en el centro de tu ser.
Allí vas a ver a un jaguar. En este momento, lo ves caminando por la selva, se mueve
con cautela, mide sus pasos, no emite ningún sonido, pues su pisada es suave y
calculada. Con su fina mirada percibe cualquier movimiento, y con su excelente oído
escucha lo que sucede a su alrededor; sabe diferenciar muy bien los sonidos habituales:
el canto de las aves, el zumbido de los insectos, el murmullo del viento entre las ramas
de los árboles, la música del agua entre las piedras del arroyo.

Sabe detectar el paso del ciervo, el conejo o el jabalí, que pueden ser su alimento.
Camina con facilidad sobre la hojarasca, trepa a los árboles y nada en el río. No tiene
enemigos naturales; ningún otro animal de la selva es más fuerte, ágil o veloz. En
ocasiones debe mostrarse fuerte y feroz con aquellos que quieren quitarle su presa. Ruge,
muestra los colmillos y persigue a los coyotes, lobos o linces que lo acosan.
Sabe que siempre ganará, solo que necesita mostrar su fuerza.

Vas a identificarte con ese jaguar. Eres tú. Reconoces tu fuerza y tu gran capacidad de
moverte en diferentes terrenos. Puedes andar por todo tipo de ambientes, con seguridad y
confianza. Te das cuenta de que tienes la habilidad de percibir las señales favorables y
las peligrosas en tu trabajo, tu grupo social y tu familia.

Cuando tienes un objetivo, lo consigues gracias a tus capacidades y esfuerzo. Sin
embargo, aparecen oportunistas que quieren adueñarse de tus logros. Entonces es preciso
que muestres tu fuerza, sin dañar, sin agredir, sin lastimar, pero con la certeza de que
tienes poder.

Sabes muy bien que al final te quedarás con lo que has obtenido y disfrutarás de ello.
Respira suave, pausada y tranquilamente, disfruta.
¿Te das cuenta de cómo sucede esto en tu vida? ¿Recuerdas cómo han sido tus
reacciones? Ahora que lo has reconocido, ¿qué harás en adelante?

Ozomatli, «mono»

Espacio para aceptar la capacidad de adaptarse y de liberarse de relaciones conflictivas.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Recuéstate o acuéstate, de
manera que te sientas muy cómodo. Aleja de ti cualquier objeto que te estorbe. Procura
tener cerca una vasija con flores o frutas aromáticas. Respira lenta, pausada, tranquila y
suavemente. Ahora comienza a leer. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los
ojos –que mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Concentra toda tu atención y energía en el centro de ti mismo.
Vas a visualizar un mono que se mueve por la selva. Lo ves, es ágil, flexible, elástico
y fuerte; se desplaza por las ramas de los árboles, a las que se sujeta de muchas maneras,
con sus cuatro extremidades y con la cola. Nunca se cae, siempre encuentra algún punto
de apoyo.

Camina por el suelo, y trepa con facilidad por los troncos gruesos y delgados. Es hábil
para encontrar alimento, sabe dónde están los mejores frutos y los más frescos
manantiales. Le gusta vivir en manada, comparte con sus amigos la comida, la vivienda
y se protege junto a ellos. Es juguetón y divertido. Cuida de sus hijos, los carga consigo
todo el tiempo, hasta que son capaces de moverse por sí mismos.
Gracias a un fino instinto, puede percatarse de cuándo se acerca un predador. Si el
cazador es más grande, furioso y agresivo, sube a gran velocidad a las ramas más altas y
delgadas de un árbol, adonde no puedan seguirlo. Allí se siente seguro, confiado y
tranquilo.

Concentra toda tu atención y energía en visualizar a ese mono. Conviértete en él; tú
eres ese mono. Reconoces que tienes la capacidad de moverte con libertad por diversos
ambientes, sabes andar en terrenos planos y también en los más complicados, puedes
descender a niveles inferiores y trepar a las alturas. Te das cuenta de que eres amistoso,
divertido y sociable. Te gusta convivir con la familia, los amigos y los compañeros de
trabajo, con quienes te sientes seguro y confiado. Te agradan los hijos y sabes cuidarlos
hasta que puedan trepar solos.

Sabes que tienes una gran habilidad para reconocer a los que te molestan, acosan o
agreden. Los identificas y encuentras la manera de ponerte a salvo. Desde tu lugar
seguro, donde ellos no te alcanzan, puedes observarlos mientras dejan ver su ira y su
frustración. No te equivocas, no respondes a la agresión, sabes que no tienes la fuerza
para combatir y no eres amigo del enfrentamiento.
Disfrutas de tu sitio seguro, tu paz y tu armonía.

Respira suave, tranquila, pausada y reposadamente.
¿Te das cuenta de cuándo y cómo lo haces? ¿Reconoces a tus agresores? ¿Identificas
tu lugar seguro y protegido? ¿Cómo te sientes? ¿Qué vas a hacer al respecto?

Papálotl, «mariposa»

Espacio orientado al resurgimiento, con el fin de salir de una crisis.
La oruga debe romper el capullo y salir de su espacio protegido para aventurarse en el
mundo. Habrá belleza, campos libres, independencia, horizontes abiertos y, también,
riesgos.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Recuéstate o acuéstate, de
manera que te sientas muy cómodo. Aleja de ti cualquier objeto que te estorbe. Coloca
cerca una vasija con flores o frutas aromáticas. Ahora comienza a leer lenta y
pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que
mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira lenta y profundamente, una y otra vez. Repite este procedimiento tres veces.
Relaja el cuerpo; comienza por los pies y termina en la cabeza. Dirige toda tu energía y
atención a la parte más íntima y profunda de tu ser.
Desde allí verás una oruga encerrada en su capullo. Es un lugar oscuro, cerrado y
estrecho. La oruga se siente aprisionada, incómoda y sofocada. No puede ver nada, solo
oscuridad, y eso la desespera aún más. De repente, siente que puede moverse; aunque es
muy poco, comienza a hacerlo. Con gran esfuerzo, realiza pequeños movimientos que le
causan fatiga. Descansa y reanuda su actividad; se da cuenta de que cada vez logra
moverse un poco más. Súbitamente, ve un rayito de luz. Algo en la rígida envoltura que
la cubre se rompe, y entra la claridad del día.

Estimulada por esto, la oruga continúa moviéndose con gran esfuerzo. La apertura
crece y cada vez entra más luz, ahora la oruga puede moverse mejor, y se siente
entusiasmada por lo que ha logrado. Finalmente, la envoltura se ha roto por completo, y
la oruga se deslumbra por la intensa luz del exterior.

Poco a poco, sus ojos se acostumbran a ver. Entonces, observa frente a sí un
magnífico escenario. Es un campo abierto, lleno de imágenes hermosas, como árboles,
flores, colinas, montes, arroyos y un cielo de intenso color azul, poblado de vaporosas
nubes. La oruga hace un pequeño movimiento y se da cuenta de que no tiene
limitaciones, se mueve con gran facilidad. Y, de repente, se percata de algo maravilloso:
en su espalda hay un par de alas grandes y bellas; tenues, ligeras, con intensos y
brillantes colores.

Y lo mejor de todo es que en ese momento se da cuenta de que puede volar. Levanta
el vuelo y desde allá arriba percibe el mundo de una manera diferente. Ya nada es
oscuridad, encierro ni limitación; todo es amplitud, belleza y libertad.

Ahora, poco a poco, vas a integrar a tu ser las características de la oruga.
Recuerda, en este momento, cuando estabas encerrado, sin poder moverte, asfixiado y
sofocado. Recuerdas muy bien esa sensación angustiosa de no poder moverte y de no ver
ninguna salida. Acuérdate de que creías que la situación no tenía solución. Entonces
comienzas a recordar cuándo hiciste tu primer movimiento, cuánto trabajo te costó y de
qué manera te sentiste desanimado porque creíste que no serviría de nada.

Avanzaste tan poco que parecía demasiado esfuerzo y para nada. Pero no te detuviste,
volviste a insistir y empezaste a darte cuenta de que algo cambiaba. Al principio parecía
que era nada, pero continuaste esforzándote y percibiste que te movías. Recuerdas muy
bien cuánto cansancio sentiste y en cuántas ocasiones tuviste que detenerte para reponer
fuerzas. Y luego apareció la luz. Al principio, un mínimo destello, pero ello te animó a
seguir. Te diste cuenta entonces de que lograbas moverte un poco mejor, y de que el
conflicto parecía tener arreglo. Continuaste con energía y determinación, hasta que
lograste ver la claridad. El ahogo quedó atrás.

Entonces viste el mundo con nuevos ojos, te pareció hermoso, lleno de vida y de
color. Allí te diste cuenta de que tenías alas, grandes, poderosas y aptas para volar alto.
Desde ese momento decidiste que nunca más volverías a ese capullo, al que recordarás
como algo que te impulsó a salir. Pero ahora te dedicarás a ver el mundo desde lo alto,
apreciarás el movimiento, el color, la luz, la brillantez y la vida.

Ahora que has salido de tu capullo y vuelas alto, con tus propias alas, ¿te das cuenta
de cómo habías vivido? ¿Reconoces cómo hiciste para salir del encierro? ¿Cómo
percibes tu nueva realidad? Y ahora que lo has visto, ¿qué vas a hacer en adelante?

Quetzal, «ave tropical»

Espacio orientado a la búsqueda de armonía en la relación de pareja.
El quetzal es un ave que se suele identificar con la belleza, la meticulosidad en el
cortejo y el canto armonioso para seducir y conquistar. Usa su belleza para atraer a la
pareja. Durante la meditación, la persona reconoce y fortalece su capacidad de enamorar
y atraer a la persona amada.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Ubícate cómodamente,
con la espalda recostada contra la pared o en un mueble. Tus piernas pueden estar
extendidas o flexionadas, como tú desees. Aleja de ti cualquier objeto que te estorbe.
Coloca cerca una vasija con flores o una canasta con frutas aromáticas. Si lo deseas,
puedes untar tu cuerpo con aceite perfumado. Ahora comienza a leer lenta y
pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que
mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira suave y pausadamente, una y otra vez, y repite este procedimiento tres veces.
Poco a poco, relaja tu cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Dirige toda tu energía y
atención a la parte más íntima y profunda de tu ser.
Desde allí, recurriendo a tu mirada interior, vas a ver a un quetzal. Es un ave que vive
en la selva tropical. Puedes ver su plumaje verde brillante, que se combina con otros
colores, como rojo, azul, amarillo y blanco. Percibes su canto melodioso y armónico, que
se escucha desde una gran distancia. Admiras su cola formada por largas plumas,
siempre de color verde, y que al volar lo equilibran y le dan balance y una imagen de
suavidad y equilibrio.

Vuela a mediana altura, nunca se eleva muy alto ni está cerca del suelo.
Te das cuenta de que el quetzal utiliza su belleza y elegancia para atraer a su pareja.
Despliega sus recursos, seguro de que llamará la atención de aquel a quien desea. Sabe
que, finalmente, logrará atraerlo a su lado. Lo ves seguro de sí mismo y de su habilidad y
su capacidad de seducir y encantar.

Vas a convertirte ahora en ese quetzal. Empieza por aceptar que tienes elegancia y
belleza, que tu figura está hecha de diversos colores. Sabes emplear tus diversas
tonalidades para verte y sentirte bien, y para confiar en que así te verá la otra persona.
Tienes confianza en tu voz. Sabes bien cómo hablar para convencer, agradar y seducir.
Sabes mantenerte a mediana altura, nunca subes demasiado, por ejemplo, a otros
niveles sociales que no te gustan y no sientes tuyos. 
Tampoco desciendes, no te
mantienes con un perfil bajo, pues conoces tus capacidades y te sientes seguro.
Sabes que, si te lo propones, puedes lograr que otra persona centre su atención en ti.
Tienes todos los recursos necesarios para atraer, agradar, seducir, encantar y retener.
Ahora recuerdas que ya lo has logrado antes. Ya lo has hecho, y has conseguido lo que te
propusiste. Te das cuenta de que en este momento estás así: con todo tu potencial,
elegancia y belleza unidos para atraer a quien quieres.

Ahora que te has dado cuenta de que eres así, piensa cómo lo has hecho últimamente
en tu vida. En esta ocasión, ¿cómo deseas emplear tus recursos? Y una vez que lo has
decidido, ¿qué vas a hacer?

Techálotl, «ardilla»

Espacio dirigido a aceptar la capacidad de evadir conflictos.
La ardilla es un animal ágil, flexible, rápido, sagaz, inquieto y vivaz. Es activa,
trabajadora y ahorradora.

Inducción

Siéntate en una posición cómoda, apoya tu espalda contra la pared o contra algún
mueble. Puedes tener las piernas extendidas o cruzadas, como tú desees. Aleja de ti
cualquier objeto que te estorbe, como el móvil, las llaves u otros objetos. Evita ser
interrumpido. Mantén cerca una vasija con flores o frutas aromáticas. Respira lenta y
profundamente, una y otra vez, una y otra vez. Ahora comienza a leer. Si quieres, graba
tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que mantendrás cerrados durante todo el
ejercicio– y escucha.

Trance

Así, suave y relajado, concentra toda tu energía y atención en la parte más íntima y
profunda de tu ser.

Ahora vas a ver a una ardilla. En este momento puedes ver cómo se mueve ágilmente
por el campo, corre, recolecta nueces, avellanas, almendras, bellotas y otras semillas que
guarda en un gran árbol hueco, para así tener provisiones en invierno. Camina por el
suelo, por los árboles –desde un grueso tronco hasta la rama más delgada–, salta con
facilidad de una rama a otra. A veces se detiene y mira a su alrededor, percibe el
ambiente con su fina nariz, capaz de detectar algún aroma extraño. Sus ojos vivaces
detectan a cualquier predador.

Cuando siente algún peligro, huye rápidamente en busca de protección. Nunca se
enfrenta a los que intentan atacarla, pues sabe que por su tamaño no podría salir bien
librado de una batalla; por lo tanto, opta por la salida inteligente. Mantiene la distancia y
encuentra refugio en lo alto de un árbol o en el hueco de un tronco. Cuando siente que el
peligro ha cesado, vuelve al campo y continúa su trabajo sin temor, tristezas ni rencor.
Ahora te das cuenta de que tú eres esa ardilla. Trabajas incansablemente, eres
entusiasta, ágil, inquieta y sagaz. Te mueves con comodidad en diferentes campos y
puedes pasar de uno a otro con gran facilidad.

Eres ahorradora, pues te gusta ser previsora para los tiempos venideros. Tienes
habilidad para detectar enemigos y evitas la confrontación.
Te das cuenta de que ante un atacante de gran tamaño y fuerza es mejor huir y buscar
un refugio seguro, confortable, en el que reflexionas y descansas.
Al sentirte seguro, vuelves a salir en un día nuevo.

Ahora que te has dado cuenta de que eres así, ¿cómo te sientes? Y una vez que lo has
identificado, ¿qué vas a hacer?

Tochtli, «conejo»

Espacio dedicado a reconocer ventajas y riesgos de la laboriosidad.
El conejo trabaja todo el día; se alimenta, cava túneles laberínticos y allí guarda su
comida. Se reproduce con gran facilidad. Es presa fácil de varios depredadores, pues no
sabe cuidarse. Para llevar a cabo sus labores, se expone al peligro.

Inducción

Elige un momento en el que sepas que no serás interrumpido. Apoya la espalda contra la
pared o contra un mueble, de manera que te sientas muy cómodo. Extiende o flexiona las
piernas, como mejor te sientas. Aleja de tu cuerpo cualquier objeto que te estorbe.
Puedes hacerlo en silencio, o puedes poner música suave. Procura tener cerca de ti una
vasija con flores o un canasto con frutas aromáticas. Ahora comienza a leer lenta y
pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que
mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Respira lenta y pausadamente, una y otra vez, y repite este procedimiento tres veces.
Concentra toda tu atención y energía en la parte más íntima y profunda de tu ser.
Desde este lugar verás a un conejo. Obsérvalo con todas sus características. Es un
animal al que le gusta estar en comunidad, puede vivir en grandes o en pequeños grupos.
Es rápido y ágil, corre a gran velocidad o, si lo prefiere, puede avanzar lentamente,
dando pequeños saltos. Le gusta vivir en familia, mantiene para siempre una única
pareja, y, por lo general, tiene muchos hijos.

Trabaja todo el día, recoge alimentos y los guarda en las intrincadas madrigueras que
construye con ayuda de sus amigos. Es previsor, pues durante la noche usa sus guaridas
también para protegerse de los cazadores. Durante el día reúne semillas, granos,
tubérculos, hierbas y raíces. Se vuelve entonces presa fácil para los predadores, que son
muchos: águilas, coyotes, lobos, serpientes, pumas, gavilanes y halcones, entre otros.
Puede ser atacado por aire y por tierra. Entonces, se da cuenta de que no tiene forma de
defenderse, solo puede huir y buscar refugio en su madriguera.

Para advertir el peligro, cuenta con la ayuda de sus amigos. Algunos conejos
permanecen como vigías en lugares elevados y, cuando detectan algún cazador, golpean
el suelo con las patas y mueven las orejas o la nariz. Si alguno de los conejos no está lo
suficientemente alerta, puede no detectar la señal y ser atrapado.

Vas a convertirte ahora en ese conejo. Poco a poco, de manera gradual, intégralo a tu
persona, sus cualidades y sus características. Ya eres ese conejo. Identifica tu gusto por
ser comunitario y familiar. Te gusta convivir con amigos, compartir con vecinos y, sobre
todo, disfrutas mucho de tu familia.

Sabes que eres muy laborioso, te gusta trabajar, guardar y ser previsor. Te ocupas
también de proteger a tu familia, dedicas tiempo y energía a tu casa. Te satisface que
haya todo lo necesario, que no falte lo esencial. Trabajas mucho, y ahora te das cuenta de
que, por eso, en ocasiones no te cuidas a ti mismo. En el desempeño de tu labor
encuentras enemigos y peligros. Tu familia y tus amigos te cuidan, y te han advertido de
los riesgos; te piden que tengas cautela. Te das cuenta de que en muchas ocasiones no les
haces caso. Has tenido que vivir experiencias dolorosas y tristes por tu falta de cuidado.
Es un buen momento para reflexionar; recuerda que eres ágil, rápido y escurridizo. Tú
decides cuándo caminar con cautela, a saltos cortos, o cuándo correr velozmente. Tú
decides.

Ahora que te has reconocido como eres, ¿de qué te das cuenta? ¿Cómo has vivido
estas situaciones en los últimos tiempos? ¿Sabes qué necesitas hacer? Ahora que lo has
decidido, ¿qué vas a hacer?

Yolotli, «corazón»

Espacio para dirigir la mirada al interior y agradecer el funcionamiento de una
maravillosa maquinaria, el cuerpo.

Inducción

Colócate en una posición cómoda, preferiblemente sentado y con la espalda recostada
contra la pared, o contra cualquier otro mueble o respaldo. Si lo deseas, puedes estar
acostado. Evita los objetos o prendas que te estorben. Prepara tu tiempo de meditación
para que no seas interrumpido por llamadas telefónicas, móviles, alarmas o cualquier
otro sonido. Es conveniente colocar cerca de ti una vasija con flores o un canasto con
frutas aromáticas. Preferiblemente, no uses incienso. Ahora comienza a leer lenta y
pausadamente. Si quieres, graba tu voz y, a continuación, cierra los ojos –que
mantendrás cerrados durante todo el ejercicio– y escucha.

Trance

Así, en trance, concentro toda mi atención y energía en mi respiración. Inspiro
profundamente y siento cómo el aire entra en mis pulmones, suave y libremente, lleva el
oxígeno que me da energía y vida. Ahora exhalo y permito que el aire salga suavemente,
eliminando todo el dióxido de carbono que mi cuerpo no necesita.
De esta manera, me doy cuenta de que mi cuerpo es dueño de una gran sabiduría, pues
sabe tomar de fuera lo que necesita y es bueno. Y también sabe eliminar todo lo que no
requiere, lo que no es bueno.

Ahora comienzo a relajar mis pies, siento cómo descansan suavemente, sin ningún
esfuerzo. Siento también cómo mis piernas se relajan y descansan. Concentro toda mi
atención en mis caderas, que también reposan relajadamente. Permito que mi abdomen
se relaje, se libere y descanse. Siento ahora mi espalda, suavemente recargada, sin hacer
ningún esfuerzo. En este momento voy a sentir mis hombros, mis brazos y mis manos,
que descansan plácidamente a ambos lados de mi cuerpo. Permito que mi cuello se
libere, se relaje y descanse. Siento ahora mi cara y dejo que se distienda, se suavice y
descanse. Permito que esta relajación suba hasta mi frente, que ahora se siente libre y
despejada.

Así, completamente relajado y suave, dirijo toda mi atención y energía a la parte más
íntima y central de mi cuerpo: voy a ver a mi corazón.
Allí lo veo. Hace lo que sabe hacer muy bien: palpitar. Y lo hace rítmicamente, a su
propio tiempo, sin prisas, relajado. Mi corazón, que con cada latido impulsa la sangre,
esa sangre que lleva oxígeno, energía y fuerza a cada parte de mi cuerpo. En este
momento, siento cómo mi corazón palpita, y con ese latido impulsa la sangre hacia
abajo, que recorre mi abdomen, mis caderas, mis piernas y mis pies, hasta llegar a los
dedos de los pies. Allí, en los dedos, siento la fuerza, la energía, el oxígeno y la vida. Y
me siento bien, me siento muy bien.

La sangre fluye ahora de los dedos de mis pies a mis piernas, a mis caderas, a mi
abdomen, y vuelve al corazón. Entonces mi corazón palpita, y con ese latido impulsa la
sangre que fluye suavemente hacia las extremidades, recorriendo mis hombros, mis
brazos, mis manos y los dedos de mis manos. Y siento allí la fuerza, la energía, el
oxígeno y la vida. Y me siento bien, muy bien. En este momento, la sangre comienza a
fluir de mis dedos a mis manos, a mis brazos, a mis hombros y vuelve al corazón.
Mi corazón palpita, y con ese latido impulsa la sangre, que sube suavemente por mi
cuello, mi cara, mi frente y entra en mi cerebro. Ahora es mi cerebro el que se siente
lleno de fuerza, energía, oxígeno y vida. Y mi cerebro se siente bien, muy bien; tan bien,
tan lleno de fuerza, de energía y de vida que quiere darle las gracias al corazón, y le dice:
«¡Gracias, muchas gracias, corazón, por la sangre que envías en cada momento y que me
hace sentir lleno de fuerza, vida y energía! ¡Gracias, corazón!». El corazón responde:
«¡Bien, muy bien!, qué alegría que me des las gracias, cerebro, porque yo te mando esta
sangre con mucho gusto, con mucha alegría. Porque tú, cerebro, eres el órgano más
importante de… –di tu nombre, meditante–. Gracias a ti, este hombre o mujer ha logrado
lo que se ha propuesto en la vida, ha conseguido… –menciona aquí tus logros en el
trabajo, en la familia, o lo que desees–». Al escuchar esto, el cerebro se siente todavía
más contento.

Está tan contento el cerebro que ahora quiere darles las gracias a todos. Y dice:
«Gracias, muchas gracias, ojos, que me permitís ver. Que me permitís disfrutar de tantas
cosas maravillosas que hay en este mundo: la belleza de un atardecer, la inmensidad del
mar, la hermosura del campo; ojos que me habéis permitido estudiar, leer y aprender
para ser lo que soy ahora en mi vida. Gracias, ojos, que me permitís ver el rostro de las
personas que amo. Gracias, oídos, que me permitís disfrutar de tantos sonidos
maravillosos: el rumor de las olas del mar, el murmullo del viento en las ramas de los
árboles, el canto de los pájaros, la música, las risas de los niños. Gracias, oídos, que me
permitís oír las voces de las personas que amo. Muchas gracias, nariz, porque me ayudas
a disfrutar de tantos olores exquisitos: el olor del campo, el perfume de las flores, el
aroma tierno y delicado de un bebé. Gracias, boca, que me sirves para hablar y
expresarme, para decir lo que pienso, quiero y necesito. Porque me sirves para hablar de
lo que soy, de lo que no permito y de lo que no quiero. Gracias también porque eres mi
instrumento para el amor, porque me permites decir palabras amorosas, cariñosas, tiernas
y besar. Gracias, cuello, porque sostienes mi cabeza y eres la conexión perfecta entre mi
razón y mi acción, entre mi pensamiento y mi movimiento. Gracias, hombros, brazos y
manos, que me servís para trabajar; por eso soy una persona activa, útil, productiva y
emprendedora. Gracias, también, brazos y manos, que me servís para expresar mi amor,
porque con vosotros puedo abrazar y besar.

»Muchas gracias, pulmones y corazón, porque me mantenéis con vida desde el
instante mismo en que nací. A veces me olvido de vosotros. Pero gracias, muchas
gracias, porque nunca os olvidáis de mí, seguís ahí, hacéis vuestro trabajo discreta,
pausada y saludablemente. Gracias, abdomen, pues contienes mi estómago, que me sirve
para nutrirme y para gozar de los alimentos ricos que tanto me gustan. Muchas gracias,
caderas, porque sostenéis mi cuerpo y contenéis en vuestro interior los órganos de mi
sexualidad, que me hacen ser quien soy. El hombre –o la mujer– que soy. Y –si es el
caso–, porque me dieron la capacidad de dar vida nueva, de tener hijos.
»Gracias, piernas y pies, que me servís para caminar, para moverme e ir adonde yo
quiera, a bailar o a correr. Y, sobre todo, muchas gracias, pies, que me mantenéis en la
tierra, viviendo mi realidad tal como es, sin falsas esperanzas, sin vanas realidades, sin
fantasías; la vida como es en realidad.

»A todos vosotros, gracias, muchas gracias. Quiero que os sintáis bien, muy bien.
Porque yo, cerebro, me siento muy bien».
Con este mensaje, que mi cuerpo ha recibido, y con este mensaje, que mi cerebro ha
recibido, voy a iniciar suavemente el viaje de regreso a este lugar, a este sitio, en mi… –
casa, oficina, jardín o el lugar donde te encuentres–. Ya estoy aquí.
Haz ahora una serie de tres respiraciones profundas.

Ahora sí, en el momento que desees, cuando lo decidas, abre los ojos.
Con el trabajo que acabas de hacer, ¿de qué te das cuenta?
Aquí el meditante acepta que su cuerpo es una maravilla y que trabaja única y
exclusivamente para él. Que, al tener este cuerpo para su uso, beneficio y goce, tiene
todo lo que necesita. Que ahora que le ha dado las gracias, puede continuar viviendo
como en un diálogo entre amigos, apoyándose y ayudándose mutuamente.


5.
Meditación y alucinógenos

Algunas etnias mesoamericanas recurrían a los alucinógenos para sus rituales, siempre
religiosos y en ocasiones medicinales.
Sin embargo, la ingesta de hongos o peyote nunca se realizaba durante la meditación,
pues siempre fue considerado un acto muy personal de recogimiento, reflexión y
visualización interna.

Los alucinógenos cumplían otra función, como entrar en contacto con los dioses y
buscar revelaciones, con el fin de conocer el futuro, hallar explicación sobre algún
misterio o encontrar la solución de problemas mayores, como las inundaciones, las
epidemias, las sequías, las plagas en las tierras plantadas, la actitud dictatorial de algún
jefe o los enfrentamientos con tribus o pueblos enemigos.

El peyote es una cactácea endémica de la región centro-norte de México. Ha sido
consumido ritualmente por las tribus huicholes y coras, y por los tarahumaras. Esta
planta alucinógena pertenece a la especie Lophophora williamsii. Se come el botón
crudo aunque también se puede ingerir cocido o como tisana.

El ingrediente activo es una fenilalanina-tirosina, y el efecto es psicodélico. Genera
estados de excitación, placer indescriptible y alucinaciones visuales y auditivas.
Los hongos alucinógenos eran consumidos por las etnias de mazatecos y zapotecas, en
las alturas de la sierra de Oaxaca. Se consumían, igual que en el caso del peyote, con
fines religiosos. Las especies más conocidas son la Psilocybe mexicana, la Amanita
muscaria y la Pantherina. Estos hongos eran llamados teonanácatl, que significa «carne
de dios».

Dejemos, pues, claramente establecido que una sesión alucinógena tenía una finalidad
religiosa y no era un acto de meditación. Nuestros ancestros siempre meditaron sin el
uso de sustancias estimulantes.

6.
Cierre de sesión

Al término de una sesión de meditación, la persona puede continuar con sus actividades
o darse un tiempo de reposo.
Si el meditante acostumbra a realizar su sesión por la mañana, no habrá ningún
inconveniente en que después de ello se dirija a su trabajo.
Si la practica al mediodía o por la tarde, puede tomar una breve siesta. Esto lo ayudará
a que los cambios internos que se han producido se acomoden, y el beneficio sea mayor.
Si se medita por la noche, lo ideal es que se acueste a dormir. Durante el sueño, el
cerebro y el cuerpo harán la integración. A la mañana siguiente, sentirá el beneficio de su
sesión.

Algunas personas se sienten muy estimuladas si al terminar de meditar reciben un
masaje, se dan una ducha, un baño o toman una bebida reconfortante.
¿Qué hacían los aztecas tras meditar? Se metían en el temazcal, una construcción
hemisférica hecha de piedra y barro. En el interior tomaban un baño de vapor. Sobre
piedras volcánicas calentadas en fogatas exteriores, arrojaban agua fría y, al producirse
el vapor, friccionaban su cuerpo con arena, gel de maguey (agave tequilana) o sábila
(áloe vera) o se daban golpecitos en las piernas, los brazos y la espalda con ramas de
mezquite (prosopis glandulosa) o de pirul (schinus molle). Para tonificarse, bebían una
jícara con chocolate.

¿Qué puedo hacer yo después de meditar? Meditar es una actividad placentera; al
finalizar la sesión, puedes tomar una ducha caliente o tibia, o darte un masaje,
preferiblemente con fricción de aceites aromáticos. Para completar el momento de gozo,
se recomienda beber una taza de chocolate caliente. Y –¿por qué no?–, si lo deseas,
puedes beberte una copita de tequila o de mezcal.
Meditar es escuchar la voz del corazón
El verdadero tolteca todo lo saca de su corazón,
obra con deleite, hace las cosas con calma,
obra como tolteca, compone cosas,
obra hábilmente, crea,
arregla las cosas, las hace atildadas,
hace que se ajusten.

CÓDICE DE CHIMALPAIN

La gloria de México, Tenochtitlán
Desde donde se posan las águilas,
desde donde se yerguen los jaguares,
el Sol es invocado,
como un escudo que baja.
Así se va poniendo el Sol,
en México está cayendo la noche,
la guerra merodea por todas partes.
¡Oh, Dador de la vida, se acerca la guerra!
Orgullosa de sí misma,
se levanta México, Tenochtitlán.
Aquí nadie teme a la muerte en la guerra,
esta es nuestra gloria, este es tu mandato,
¡oh, Dador de la vida!
Cantares mexicanos

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