Sobre la influencia geométrica de la piel de serpiente en la arquitectura maya
El lazo entre naturaleza, geometría y arquitectura encontró un cause fascinante en el escenario maya: la figura del canamayté, inscrita en la piel de la serpiente de cascabel.
La geometría es uno de los canales favoritos de la naturaleza para manifestarse. Tal predilección tiene gran peso en las tradiciones que forjan su cosmovisión a partir del mundo natural. Por eso, suponemos, la geometría es considerada entre muchas culturas como un lenguaje divino.
En el caso de los mayas, su manejo de la astronomía y las matemáticas, aunado a una facilidad para acceder a la exquisitez estética, obvian el protagonismo geométrico en las artes y rituales de esta cultura. Pero quizá el punto culminante de la geometría maya se encuentra en su arquitectura. Es emocionante imaginar un cúmulo de fuerzas, orquestados con gran precisión, fundiéndose para materializar las increíbles edificaciones que acuñó este grupo: el movimiento de los astros, la ritualidad, los elementos naturales, la ingeniería acústica y un notable sentido de refinamiento, entre otros.
El lazo entre naturaleza, geometría y arquitectura encontró un cause fascinante en el escenario maya. El cascabel yucateco (Crotalus durissus tzabcan)es una serpiente endémica del sureste de México y parte de Centroamérica, y era considerada un animal particularmente sagrado –se decía que dentro de su cascabel se encontraba el secreto de la vida y la regeneración–. En el patrón impreso en la piel de esta serpiente los mayas encontraron una figura llamada canamayté, la cual inspiró diseños arquitectónicos y se consagraría como una constante iconográfica.
El canamayté es el rombo central en la secuencia o hilada que presume la piel de la cascabel. Esta figura dictó entre los mayas un modelo regido por la subdivisión de cuadrados (cuadros dentro de cuadros), el cual aplicaron en numerosas ciudades y estructuras, por ejemplo el Castillo, en Chichen Itzá, o en los edificios de Uxmal. Además, se corresponde con el diseño cuadrivértice, o los cuatro rumbos, que sostenían el mundo según esta cultura.
Se ha aventurado la versión de que el canamayté habría fungido como eje en la cosmovisión maya, influyendo significativamente en sus artes y ciencias. Incluso, el antropólogo y escritor José Díaz BolioDíaz Bolio sugiere la existencia de un “culto crotálico” entre los mayas. También, al parecer, la influencia de esta suerte de brújula geométrica habría trascendido hasta los tiempos posteriores la conquista; de acuerdo con el investigador Leonardo Icaza Lomelí, el canamayté se aplicó en conventos franciscanos de la zona, durante el siglo XVI, para ingeniar ruedas hidráulicas (engranajes compuestos por una rueda horizontal y otra vertical), y así resolver el abastecimiento de agua.
Pero dejando a un lado las conjeturas históricas en torno al canamayté, nos encontramos con una noción preciosa, aplicada entre los mayas y otras culturas milenarias: la concepción de la naturaleza como un texto –quizá el más sagrado y didáctico de todos. Por medio de la contemplación de la naturaleza, llevada hasta el punto de la comunión, podemos extraer básicamente todas las respuestas que necesitamos. Y para confirmarlo tenemos encantadores ejemplos, que van desde el conjuro todopoderoso inscrito en la piel del jaguar, que propuso Borges en alguno de sus cuentos, hasta el aprovechamiento del patrón de una serpiente para orientar aplicaciones geométricas entre una de las culturas más precisas, y más exquisitas, que hayan existido, la maya.
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