Así era el nacimiento de un bebé mexica


La tlamatlquiticitl asistía a la madre en diversas aristas, desde emocionales hasta religiosas, y el temazcal formaba parte de este advenimiento de la vida.


El nacimiento humano, al menos hasta donde sabemos, es la culminación del gran misterio de la vida consciente. La concatenación de hechos para que una vida aparezca es asombrosa. Nace un ser nuevo, irrepetible, cuya asimilación y entendimiento de la experiencia de la vida no será jamás si quiera duplicado. Toda formación cultural, referida aquí como el entendimiento y creencias sobre el mundo, no podría replicarse, transformarse o traspasarse, sin el nacimiento de los nuevos seres humanos.
Por ser una preservación de la especie, y de la cultura, en todas las sociedades el nacimiento fue un arquetipo en sí mismo, un acontecimiento, el más importante para cada uno. En el mundo azteca se sabía que este momento era imprescindible en la formación de las personalidad del bebé, y por lo tanto también en la conformación de la sociedad.
Hace poco publicamos un artículo sobre las particularidades atribuidas al parto maya tseltal y tzotzilaún hoy en los Altos de Chiapas (que bien podríamos traducir como lecciones contundentes para nuestra sociedad). En este último el padre toma parte activa, como un mensaje conciso de que el advenimiento de un niño al mundo es de una cooparticipación imprescindible de padre-madre. Y en el que, sobre todo en el postparto, se continúa con una serie de rituales médicos que sacralizan de algún modo la llegada de un nuevo ser humano; como el hecho de que todos los miembros de la familia besen al bebé a su llegada con el fin de que no enferme, o que el esposo forme un hoyo profundo en la tierra para enterrar la placenta.
La revista National Geographic recién publicó un artículo titulado Call the Aztec Midwife: Childbirth in the 16th Century, que nos sumerge el contexto en el cual se recibían a los bebés durante el parto entre los mexicas (la manera  correcta de nombrar a los aztecas). Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, relata con admiración los minuciosos cuidados vinculados al parto, tanto previos como posteriores, que aliviaban el dolor propio de este proceso y lo revestían con un carácter ceremonial. 
Compartimos algunas de las particularidades que encontramos en el parto mexica; recordemos que los actos en torno a acontecimientos tan grandes como este soy muy significativos, signos refulgentes de la filosofía detrás de la cultura, de las creencias más profundas de una sociedad:
  • El anuncio del embarazo se hacía en un festejo entre ambas familias, mostrando, así, su importancia y su cualidad de un motivo de gozo.
  • Al séptimo y octavo mes, ambas familias se reunían nuevamente con el fin de concertar la elección y contacto con la partera.
  • Todas las mujeres, nobles o del pueblo, tenían acceso a las parteras, se trataba de una especie de servicio comunitario.
  • La partera tomaba un rol muy importante en la sociedad mexica. Se le llamaba tlamatlquiticitl y sus conocimientos eran herbolarios, pero también metafísicos y religiosos.
  • Durante el parto la mujer era visitada por la tlamatlquiticitl, quien hacía revisiones periódicas. Era muy importante que el bebé viniese acomodado, si estuviba volteado, entonces hacía una especie de masaje en el vientre para acomodarlo.

  • Las parteras eran también asesoras de la madre; le aconsejaban desde aspectos de higiene hasta de dieta. También aconsejaba a la madre sobre su estado emocional: lo mejor era evitar el dolor, la ira, o las grandes sorpresas durante el embarazo.
  • La tlamatlquiticitl llegaba a la casa de la mujer embarazada unos 5 días antes del parto. De esta manera iba preparando el espacio, las hierbas, el ambiente familiar para recibir al bebé.

Partera e insignias que emulan la llegada de un bebé/ Códice Mendoza



  • El orden y la limpieza fue fundamental. La madre debía estar muy bien aseada, desde su cuerpo hasta su cabello; el cuarto de parto debía estar completamente limpio.
  • El temazcal era muy importante, tanto antes como después del parto. La partera lo preparaba con leña especial, sin humo, y con plantas aromáticas. Mientras la partera hacía las revisiones del feto, la madre se relajaba en este sanísimo baño.
  • Cuando las labores de parto iniciaban, tlamatlquiticitl le proveía a la mujer de un té de la hierba cioapatli (Montanoa tomentosa Cerv). Si se complicaba el parto, se le hacía ingerir medio dedo de la cola del tlacuatzin (hoy conocido como tlacuachín), y con ello reducía el dolor y la dilatación era mayor.
  • Cuando la labor del parto era ya un hecho, la mujer embarazada daba a luz de cuclillas, mientras la partera (generalmente también de cuclillas) le sostenía los talones para que hubiese un eje de presión, ayudándose asimismo de la fuerza de gravedad.
  • Cuando nacía el bebé, la madre era llevada nuevamente al temazcal con el fin de que su cuerpo eliminara las toxinas necesarias de manera más rápida. También, las hierbas en su interior, ayudaban a que su cuerpo produjese leche más rápidamente.
  • Se lavaba el bebé para purificar su corazón con inmediación de la diosa de las aguas Chalchiuhtlicue, el objetivo es que la persona fuese buena y limpia.
  • La partera se quedaba en la casa de la madre 4 o 5 días más luego del parto para asegurarse de que esta última comenzara a lactar debidamente.
  • La madre daba leche a su hijo generalmente hasta los 2 años.
  • En los 4 días que proseguían al parto, la tlamatlquiticitl se quedaba y hacía rituales de bienvenida. Entre ellos, la placenta era enterrada en un rincón de la casa.
  • Si el bebé era un niño, su cordón umbilical debía ser entregado a un guerrero y enterrado en territorio enemigo. En caso de ser niña, su cordón era enterrado a un lado de la chimenea con el fin de que fuese buena madre y eje del hogar.
  • Fragmentos del Huehuetlatolli eran aclamados (enseñanzas sabias de los viejos): las palabras de bienvenida dependían de si se trataba de una niña o niño. En el caso de un varón, estas referían a un rol como guerrero: “Tu oficio y habilidad es la guerra ; tu papel es dar al sol la sangre de tus enemigos para beber y alimentar la tierra, Tlaltecuhtli, con los cuerpos de tus enemigos.  Para las mujeres era lo siguiente: “ser a la casa lo que el corazón es para el cuerpo”.
  • El nombramiento del bebé era importantísimo (una especie de bautizo). El padre debía informar a los sacerdotes el día exacto y hora del nacimiento. La elección del nombre se daba por parte de los sacerdotes, quienes consultaban el Tonalamatl (el calendario azteca de 260 días) estudiando su signo astrológico. El nombre del niño era una especie de designio de mala o buena fortuna; como los últimos 5 días del mes eran tomados como mal presagio, entonces los padres se ocupaban en que se hiciera el nombramiento una vez terminado este periodo.
  • A la llegada del bebé se hacían convivios, una especie de celebración con los parientes, un agradecimiento de la llegada de un niño sano, en el que, otras madres compartían consejos sobre la crianza de los niños.
Diosa de las aguas Chalchiuhtlicue, purificadora de los bebés


En caso de que alguno de los dos muriera en las labores de parto:
  • Si el bebé nacía muerto, la tlamatlquiticitl debía cortar con un cuchillo (el itztli) el cuerpo del bebé al interior de la madre para poder sacarlo con facilidad, de esta manera era más probable que la madre viviera. El espíritu de los bebés muertos en el parto viajaba a Chichiualcuauhco, donde una nodriza divina los alimentaba con su leche.
  • Si la madre moría, se consideraba como una guerrera. Su destino espiritual, así, sería grato. Su alma viajaría a la Casa del Sol, y sus restos, al crepúsculo, eran enterrados en un templo especial.

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