Brasil: Indígenas Ka´apor rompen con el Estado y crean condiciones para su autonomía
Famosos por expulsar a los talamontes de sus tierras, los Ka´apor trabajan ahora en un movimiento más grande, que busca la autonomía para controlar su territorio.
En una de las regiones más pobres de Brasil, los Ka´apor se cansaron de esperar ayudas externas y decidieron romper con la sociedad de los karaí, nombre con el cual designan a los no-indígenas. Hace años empezaron a expulsar a los talamontes de sus tierras. Lo hacen con sus propias manos y muchas veces es necesario el uso de violencia.
Hace ocho años, cuentan los indígenas, pidieron que los maestros del Estado se retiraran. Ahora, están haciendo lo mismo con los médicos, y están reconstruyendo pequeños caminos internos para garantizar que todo desplazamiento entre las aldeas se pueda efectuar sin salir de su propio territorio.
En la Tierra Indígena Alto Turiaçu, ubicada al oeste del estado de Maranhão, el deseo de afirmación de autonomía se desprende de la insatisfacción que generó el trato recibido por los distintos gobiernos.
Después de los operativos aislados que efectuaban la Policía Federal y el IBAMA (Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables), los talamontes siempre regresaban a las tierras indígenas, talando y robando centenas de árboles y hasta instalando estructuras de almacenamiento de madera.
A pesar de la presencia de algunos funcionarios del Estado, hubo indígenas fallecidos a causa de diagnósticos médicos mal hechos, y además, los indígenas consideran que los niños aprenden muy poco en las escuelas públicas establecidas en su territorio por parte del Estado.
“Autonomía es quedarse solo. Es no depender de nadie, es hacer por uno mismo”, explica Itahu Ka´apor, uno de los líderes de los indígenas. El mismo concepto es utilizado por otros pueblos de Latinoamérica que, desde los años noventa, han decidido cambiar su relación con el Estado. Frente a las políticas de deforestación, promovidas por diferentes gobiernos del continente, ellos buscaron expulsar a los traficantes, madereros y otros invasores de su tierra. Al mismo tiempo, también cambiaron su forma de organización y retomaron aspectos de su cultura antes despreciados.
No obstante, al Estado todavía le toca una tarea. Para los Ka´apor, los distintos órganos públicos deben ayudarlos en aspectos específicos de áreas como la educación y la salud, pero reconociendo y respectando la forma de hacer de los indígenas. La idea que los pueblos tradicionales puedan controlar sus instituciones y sus modos de vida como está previsto en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), firmado por Brasil en 2004. Por esta razón, según el antropólogo Spensy Pimentel, profesor de la Universidad Federal del Sur de Bahía, la organización de grupos como los Ka´apor no significa un enfrentamiento al Estado, sino una práctica legal que debe ser apoyada.
Este giro de los Ka´apor hacia la autonomía, ha empezado mucho antes de las acciones de vigilancia de su territorio. Las acciones con las cuales ellos han expulsado a los talamontes han ganado atención internacional, son las consecuencias de un proceso de cambio más profundo.
Todo ha empezado hace aproximadamente ocho años, cuando ellos decidieron romper con el sistema educativo impuesto desde fuera de las aldeas. Para ellos, la expulsión de los maestros que venían de afuera de la Tierra Indígena fue el primer paso.
Educación: el principio de la autonomía
La diferencia que se destaca entre los Ka´apor y las personas que viven alrededor de su tierra es la lengua. Los niños de la Tierra Indígena ni siquiera contestan a los saludos en portugués y, entre los mayores, las pláticas tardan horas en Ka´apor, una lengua hablada solamente por los 1.900 indígenas pertenecientes a este pueblo.
La lengua fue la base del nuevo sistema educativo. Desde aquel entonces, los niños aprenden el portugués sólo después de los 11 años. Hasta esta edad, todas su clases son en lengua indígena.
La división en niveles de educación también no se hace de la misma forma que afuera de la aldea, y los niños se mezclan en grupos de diferentes edades. Ellos también recalcan que la educación es mucho más práctica de la que se da afuera de la aldea. “Si yo me quedo solamente estudiando, yo voy a olvidar lo que aprendo”, explica Itahu.
Del gobierno, los Ka´apor todavía exigen la estructura física para las clases y el almuerzo. Además, buscan el reconocimiento formal de la enseñanza Ka´apor afuera de la aldea.
La secretaria adjunta de educación del estado, Nádia Dutra, reconoce que la situación de la educación indígena es precaria por una omisión histórica del Estado. Ella afirma que el actual gobierno está avanzando en la discusión con distintas comunidades indígenas, incluyendo los Ka´apor.
Dutra afirma que el gobierno de Maranhão reconoce las demandas y especificidades de estos indígenas, y que ahora espera que los Ka´apor envíen un plan pedagógico, para que las diferencias de su sistema puedan ser reconocidas.
La creación de un sistema educativo Ka´apor ha posibilitado una relación más estrecha entre las aldeas. Con el diálogo sobre la educación, los indígenas dicen haber creado las condiciones para cambiar completamente la forma de como se organizan.
El fin del caciquismo
El proceso de toma de la educación ha llevado a la conciencia de que sus antiguos líderes, los caciques (nombre que recibe el jefe indígena), no eran una institución tradicional de los Ka´apor, sino que fueron impuestos por la Fundação Nacional do Indio (Fundación Nacional del Indio – FUNAI) en décadas anteriores, para facilitar la relación de esta institución de gobierno con las aldeas. “El cacique nunca ha resuelto los problemas de la comunidad. Había alcoholismo dentro de las aldeas, chismes, peleas. Pero el cacique no conseguía resolver nada”, dice Iratowi.
Al darse cuenta de esto, los indígenas tomaron la actitud más importante en su búsqueda de la autonomía: terminar con el caciquismo. Las aldeas se unieron alrededor de un consejo formado por siete líderes, que ahora deciden colegiadamente. Hoy en día, 14 de las 17 aldeas responden al concejo de tuxas, nombre de estos líderes.
En el consejo, las decisiones son construidas en colectivo, contrastando con el método de los caciques, que tomaban las decisiones de forma unilateral. Además de este grupo formado por tuxas, cada aldea tiene también su propio concejo, donde se toman decisiones sobre cuestiones locales y sobre las sanciones para quienes incumplen los acuerdos.
Con la creación del concejo, se prohibió el consumo de bebidas alcohólicas dentro de la Tierra Indígena, que era fuente de problemas de salud y una manera que los foráneos usaban para comprar su entrada a la Tierra.
Después de la prohibición del alcohol, ellos iniciaron un camino de restricciones más duro – la prohibición de entrada de los madereros en la Tierra. Con la participación de indígenas de distintas aldeas, en 2013 fue creada la guardia forestal Ka´apor.
La protección del bosque
En ausencia del Estado, las acciones de vigilancia de la tierra realizadas por los indígenas en su proceso de autonomía son las que generan más polémicas. Las imágenes grabadas por los Ka´apor muestran a los grupos talamontes sentados en el suelo, con las manos amarradas, mientras escuchan, de cabeza baja, el regaño de los indígenas que sostienen rifles de caceria y arcos. En un video de 2014, es posible ver que uno de los talamontes tiene marcas en el cuello, señal de posibles golpes sufridos. Uno de los Ka´apor le dice: “por favor, no entren más aquí. Nosotros no tocamos sus cosas allá.”
Este tipo de situación se ha vuelto rutina para la guardia forestal Ka´apor, que desde 2013 ha realizado diversas acciones similares en el intento de impedir la entrada de los invasores. A pesar de cumplir con la función esperada, todavía los indígenas sólo están tocando la parte más débil de la cadena de la deforestación, es decir los talamontes que son contratados para el trabajo para talar, que es el más pesado y el menos valorado del sector.
En diversas ocasiones, puentes y camiones fueron quemados para que los talamontes no regresasen al territorio indígena. En algunos de estos casos, los talamontes tuvieron que regresar a pie a la ciudad. “Si no se quema, al otro día el talamonte regresa con el mismo camión”, explica Iratowí Ka`apor.
Las acciones de protección del territorio generan respuestas cada vez más violentas. El peor momento del conflicto ocurrió en 2015. Después de recibir diversas amenazas, el indígena Euzébio Ka’apor fue asesinado en una emboscada con un tiro en la espalda, cerca de la aldea donde vivía y de donde salían parte de los operativos de vigilancia.
Para los Ka´apor, no hay dudas de que esta muerte está relacionada con sus acciones de protección. La Policía Federal, todavía no ha llegado a una conclusión sobre el caso. El comisario que coordina la investigación, Francisco Roberio Lima Chaves, no ha contestado a los pedidos de entrevista de Repórter Brasil.
En medio de estos conflictos, la guardia tuvo un reconocimiento internacional. En 2016, fue destacada por la Relatora Especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Victoria Tauli-Corpuz, como ejemplo de “enfoques pro activos por parte de los pueblos indígenas” para la realización de sus derechos. Organizaciones internacionales, como Greenpeace y Global Witness, también apoyaron la iniciativa.
Sin embargo, el estado brasileño todavía no concibe su creación de la misma forma. Cuando el caso se hizo público, el ministro de justicia José Eduardo Cardozo pidió que fuera abierta una investigación sobre la actuación de los indígenas. La actual administración de la FUNAI informó que “no apoya y ni podría apoyar a acciones de vigilancia realizadas por los indígenas”. Según la Fundación, solamente órganos del Estado con poder de policía pueden realizar esta actividad. Informó que, en 2007, se ha utilizado casi un millón de reales en medidas de protección de áreas prioritarias, que incluye la Tierra Indígena Alto Turiaçu.
A pesar de ser la parte más conocida de la defensa territorial de los Ka´apor, la guardia no es la única manera de los indígenas para prevenir la destrucción de sus bosques. Para restringir la entrada de los madereros, los indígenas empezaron a establecer “áreas de protección”, que son nuevas aldeas creadas en lugares estratégicos del territorio.
Actualmente, hay siete áreas de protección establecidas en lugares antiguamente utilizados por los madereros. Según los indígenas, esta estrategia ha funcionado. “Cuando la policía federal se iba, al otro día, el maderero entraba de nuevo. Ahora es distinto, y esto nos ha dado más tranquilidad”, dice Iratowí Ka’apor, uno de los líderes.
Los datos duros confirman la percepción de los indígenas. La Tierra Indígena Alto Turiaçu, donde ellos viven, tuvo sólo el 0,4% de su territorio deforestado en los últimos cuatro años, según datos del PRODES, el Programa del gobierno federal de monitoreo de la deforestación, procesados por la organización Global Forest Watch.
En el mismo periodo, un territorio vecino, la Tierra Indígena Awa, ha perdido casi el 2% de su cobertura forestal – o sea, una destrucción relativa cinco veces mayor.
De hecho, los Ka´apor están protegiendo gran parte de lo que queda de la selva amazónica en el estado de Maranhão. Según datos del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais (Inpe), poco más de la mitad de la selva presente en dicho estado, se encuentra al interior de las Tierras Indígenas, y las más conservada es la de Alto Turiaçu.
Tal hecho es sencillamente demostrable a través de las imágenes satelitales, donde es bien visible el contraste entre las áreas preservadas y su entorno. Mirando el mapa, los límites de la tierra Ka´apor son fácilmente identificables, pues coinciden exactamente con las partes donde empieza la cobertura forestal en contraste con los áreas deforestadas.
Con el territorio controlado – y vigilado – los Ka´apor priorizan ahora dos otros cambios: gestionar la atención a la salud y crear estrategias para protegerse de las ciudades cercanas.
Salud
Al finales del año pasado, una secuencia de diagnósticos imprecisos han llevado a la muerte del indígena Sokohi Ka´apor, que acababa de ser padre. En la casa de salud indígena de la ciudad más cercana a su aldea, Zé Doca, le diagnosticaron una simple infección urinaria y le dijeron que regresara a la aldea donde vivía. Días después, semurió por una neumonía que no le había sido diagnosticada.
Ya antes de esta muerte, los indígenas habían alertado sobre la negligencia por parte de la Secretaria Especial de Salud Indígena (SESAI). Este caso fue la gota que derramó el vaso, y sirvió para que ellos buscaran romper con los karais también en el tema de la salud.
Según Itahu, los indígenas ahora quieren tener el control de la atención médica en sus aldeas, y exigen que los médicos y enfermeros respeten la medicina tradicional de los Ka´apor. “Yo no necesito de la medicina de los karaí. Yo tengo la mía, protegida por la naturaleza. Si hay alguien con gripe, yo tengo la miel, yo tengo las hierbas en el bosque”, dice Itahu.
Los Ka´apor intentan conciliar las dos prácticas, buscando ayuda solidaria. “Hoy estamos solicitando una camioneta, un médico y un técnico de enfermería. Si nos garantizan esto, estará perfecto. Nadie va a pedir nada más del gobierno”, dice el líder.
El Ministerio de la Salud afirmó que los indígenas reciben atención de dos equipos de salud, conformados por aproximadamente 12 profesionales y que “no hay ningún registro de casos de prejuicios o maltrato por los profesionales de la salud en contra de este pueblo”.
El Ministerio, todavía, ha confirmado que no está proporcionando atención médica en la aldea Xiborendá, la más grande de la Tierra Indígena Alto Turiaçu, donde viven más de quinientos indígenas. De acuerdo con el Ministerio, esto pasa “por el rechazo de los propios indígenas”.
Afuera del mapa
Desplazarse entre una aldea y la otra, en la Tierra Indígena, puede ser un viaje largo y peligroso. A veces es necesario viajar por más de cuarenta kilómetros, por caminos en pésimas condiciones, con poca o ninguna iluminación, y recorrer tramos pavimentados, que pasan a través de ciudades hostiles a los indígenas.
En búsqueda de rutas más cortas y menos peligrosas, los Ka´apor están construyendo nuevos caminos dentro de la misma Tierra. Un tramo entre dos aldeas, que actualmente requiere cinco horas y media, se podrá recorrer en media hora. Poder caminar o conducir una motocicleta de una aldea a otra, sin atravesar el mundo de los karaí, simboliza una parte importante de la autonomía deseada.
Para explicar mejor la perseverancia en su búsqueda del “estar solo”, Itahu encuentra su más grande referente en la selva: la tortuga terrestre. “El pueblo Ka´apor no tiene que volver al gobierno, una porquería que no trae nada para nosotros. La tortuga terrestre vive sola, no tiene amigos. Tenemos que ser como ella.”
Itahu no sabe todavía cuanto tiempo y esfuerzos serán necesarios para concluir el proceso de autonomía que están buscando, pero dice que deben persistir todo el tiempo que sea necesario. A este propósito, también recuerda otra característica de la tortuga terrestre. Al amarrar la cola del animal, nos cuenta Itahu, él continúa caminando hacia adelante, desafiando al máximo la fuerza que lo detiene. “Él puede quedarse intentando más de un mes, pero logrará romper la cuerda”.
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