Monocultura: la expansión de los monocultivos en América Latina
Desplazamiento de comunidades, pérdida de soberanía alimentaria, contaminación, pobreza, precariedad laboral, criminalización de luchadores sociales y hasta militarización ha provocado la expansión de monocultivos en Colombia, Guatemala, Honduras y Costa Rica.
En 35 minutos, el documental “Monocultura: la expansión de los monocultivos en América Latina”, producido por Otros Mundos A.C./Amigos de la Tierra México, Amigos de la Tierra Internacional y la Red Latinoamericana Contra el Monocultivo de Árboles, testifica qué implica la “monocultura”.
El documental muestra lo que ha significado la expansión de los monocultivos de piña en Costa Rica y de palma aceitera en Colombia, Guatemala y Honduras. Recoge la voz de hombres y mujeres, trabajadores, investigadores, personas desplazadas de sus territorios, luchadores y luchadoras sociales. Las imágenes y los testimonios evidencian que las comunidades son afectadas y acorraladas por los monocultivos, que cada vez producen mayores ganancias y concentración de capital.
“Este documental es una denuncia de los casos de violaciones a los derechos humanos, despojo de tierra, ocupaciones de territorios de los pueblos y comunidades indígenas, campesinas y negras, que genera la expansión de monocultivos alrededor de América Latina”, expresó Claudia Ramos, de Otros Mundos, en la nota elaborada por ese colectivo. “Esperamos que sirva para darnos cuenta y actualizarnos con respecto a la lucha en contra de este despojo y en contra del sistema de agroexportación que impera en América Central y en Colombia, el cual está basado en la comercialización de productos no básicos para la alimentación”, agregó. Ramos fue una de las realizadoras del documental, junto con Aldo Santiago, periodista mexicano independiente.
La forma de proceder de las empresas impulsoras de monocultivos termina siendo la misma: se han valido de su poderío -potenciado por los vínculos con el poder nacional e internacional- para acaparar tierras que pertenecían a pueblos tradicionales, modificando regímenes de producción y estilos de vida. Así es que ya no plantan el maíz, los frijoles, el arroz, la yuca, el plátano y el sorgo que les garantizaban su alimentación básica, sino el cultivo estrella de exportación. Tan fuerte es el impacto que Honduras, por ejemplo, dejó de ser el mayor exportador de maíz y frijoles para Centroamérica -como lo era hasta la década de 1970- para convertirse en el principal importador de esos productos, relata en el documental Miriam Miranda, de la Organización Fraternal Negra Hondureña.
La contaminación de las aguas es otro patrón común de esta expansión y ha provocado la limitación del acceso de las comunidades ese derecho básico: en Costa Rica, por ejemplo, dependen ahora de los camiones cisternas, cuando antes tenían sistemas de distribución autónomos. Por otra parte, ha provocado grandes mortandades de peces -“toneladas de pescados muertos”, como relata Hermenildo Asig, del Consejo Nacional de Desplazados en Guatemala, respecto a la contaminación ocurrida hace más de un año en el río Pasión, en El Petén, que hasta el momento no ha sido resarcido por la empresa. Además, están los perjuicios a la salud que sufren los trabajadores y pobladores de áreas rurales, inclusive niños y niñas, puesto que las empresas fumigan, también, en el entorno de las escuelas.
Los testimonios muestran los inclumplimientos laborales de las empresas -que ni siquiera cumplen con el pago del salario mínimo-, los despidos, la persecución sindical y la represión, cuando no los asesinatos masivos por el acceso a la tierra, como se ha dado en Honduras desde 2010.
Pese a la asfixia -hasta literal- que provocan los monocultivos, la lucha colectiva ha permitido la declaración de áreas libres de organismos transgénicos y guardianes de semillas campesinas, a través de las cuales rescatan sus tradiciones culturales.
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