El feroz Tezcatlipoca


Tezcatlipoca, o «Espejo reluciente», era un dios azteca cruel y feroz, de vengativo carácter. Descendió del cielo deslizándose por un.hilo de araña, y llegó al floreciente país de Tula, cuyos habitantes vivían pacíficamente gobernados por Quetzalcoatl, a a quien adoraban como único soberano, porque fueron instruidos por él en todas las ciencias industriales.
Tezcatlipoca auguró a los habitantes de Tula sus terribles desdichas, apareciendo en el país funestos presagios que alarmaban a sus habitantes, tales como surgir fuegos en todas las cumbres de las montañas, y las gentes, aterradas, contemplaron cómo un pájaro blanco surcaba los aires con el corazón traspasado por una flecha.
Pronto empezó el dios su obra devastadora. Dirigiéndose al palacio de Quetzalcoatl, se presentó ante el Monarca con fingidas muestras de amistad y afecto, el cual le recibió con franca hospitalidad, y allí se quedó cordialmente atendido. Propuso a Quetzalcoatl jugar una partida de bolos, que tuvo lugar en los regios jardines, ante multitud de espectadores. A la mitad se transformo Tezcatlipoca en un tigre de temible aspecto, y lanzó tan fuerte rugido, que asustó a la multitud, que, despavorida, huyó precipitadamente, arrojándose a un río próximo, donde pereció ahogada por la caudalosa corriente.
Tezcatlipoca acariciaba la idea de apoderarse del gobierno de Tula, y, transformado en un viejo hechicero, dio un bebedizo a Quetzalcoatl, que le hizo desear ardientemente marcharse a su país oriental. Pero antes quiso conquistar a su hija, y para conseguirlo se transformó en un hermoso mancebo, vendedor de pimienta, que apareció en el mercado de Tula, completamente desnudo, según la costumbre de los mercaderes extranjeros. La princesa, que le contempló desde una ventana de su palacio, quedó perdidamente enamorada del joven; pero, no atreviéndose a confesar a su padre aquel amor, por ser tan humilde, calló su pasión, haciéndole enfermar de gravedad. Alarmado el rey Huemac — que es lo mismo que Quetzalcoatl —, llamó a todos los médicos y sabios de su reino para que devolvieran la salud a su hija, y ellos descubrieron su amor por el doncel, comunicándoselo a su padre. Éste mandó llamar al joven y le ofreció la mano de su hija, entregándolo a sus criados para que le vistieran a usanza de su país. Él se dejó pintar y vestir al uso tolteca, y entró así al aposento de la princesa, que, al verle, se sintió curada de su mal, y, se desposaron.
El pueblo se indignó de que la hija del Rey se hubiera casado con un ser de tan pobre condición, y además extranjero, cuando había tantos nobles dignos de ella en el país, y, airados, se presentaron ante el Monarca para protestar enérgicamente. El Soberano, que interiormente estaba descontento con su yerno y que deseaba deshacerse de él, aplacó a los nobles, rogándoles calma para no precipitar los hechos, y todos se pusieron de acuerdo para enviarlo a la guerra contra los fieros habitantes de Coatepec, de donde probablemente no volvería, pereciendo en sus manos.
Se ultimaron los preparativos y fue enviado a la guerra Toveyo —que era el nombre que allí usaba Tezcatlipoca—, junto con un grupo de hombres fracasados en el desempeño de sus cargos y que eran castigados con la guerra.
Los toltecas simularon un ataque para instigar a los bravos ejércitos de Coatepec, que contraatacaron con brío, envolviendo al pequeño grupo de Toveyo y los inútiles, a los que todos dieron por derrotados y muertos.
Con gran contento fueron a comunicarlo a Palacio, regocijándose también de ello el Rey. Y cuando más alegres estaban, llegó la noticia contraria: Toveyo, totalmente cercado, no sólo se había defendido con heroísmo, sino que, atacando él valerosamente, había derrotado al poderoso ejército enemigo, que sucumbió a sus manos, dejando convertido el campo de batalla en un cementerio enemigo. Aterrados quedaron ante el relato el Rey y los nobles, temiendo su vuelta triunfante a Palacio, donde seguramente tomaría venganza contra ellos.
En efecto, vuelto a la ciudad, Toveyo dio orden de organizar una fiesta esplendorosa, en la que tomarían parte todos los habitantes toltecas, mandándole que se reunieran en una gran llanura de verdes praderas y pintoresco paisaje, llamada Texcalapa. Cuando todos estaban reunidos, se presentó Toveyo, empezando él a cantar y bailar alegremente. Poco a poco fueron animándose hombres y mujeres que participaban en la danza, hasta que terminaron todos bailando en medio del mayor regocijo. Toveyo empezó a tocar su tambor mágico, a cuyo son bailaban sin descanso cuantos le oían, y, acelerando el ritmo, les iba excitando en sus movimientos, hasta que, presos de su loco vértigo, les hacía enloquecer, y, peleándose unos contra otros, y matándose muchos, sin cesar en aquella danza, de la que no podían parar, dominados de un terrible pánico, en medio de la más espantosa confusión, que llenaba de agudos y ensordecedores gritos la vasta llanura, se precipitaron en el fondo de un profundo barranco, por el que se despeñaba una gran catarata de agua, y roto por el dios el puente tendido sobre la gran cima, todos cayeron en el fondo del abismo y quedaron convertidos en piedras. Los pocos que se salvaron llegaron a la ciudad sin acordarse de nada, porque habían perdido la memoria con el maleficio de Toveyo.
No contento con esta catástrofe, el feroz Tezcatlipoca discurrió otra nueva, y al poco tiempo llamó a multitud de obreros para que trabajasen en un jardín que había pertenecido al anterior monarca Quetzalcoatl, antes de que emigrara a su país. Cuando todos estaban más afanados en su tarea, Toveyo, convertido en un famoso guerrero llamado Teguios, cayó sobre los trabajadores, los machacó con su coa o clava mejicana de madera, y mató a la mayoría de ellos; los demás huyeron con tal terror, que se tiraban y pisoteaban por los suelos, de modo que sucumbió en aquel jardín una enorme cantidad de obreros.
Su ferocidad aún no se sentía satisfecha, y con odio implacable hacia aquel país, se transformó en un brujo muy famoso y temido por los habitantes de Tula, que se llamaba Tlacavepan. En figura suya se presentó un día cuando más concurrido estaba el mercado de la ciudad, y allí se sentó, mostrando en su mano una muñequita que bailaba sola. Todos, curiosos, le rodearon para ver aquel prodigio, pensando que seria el espíritu del propio Huitzilochtli, y fue aumentando el número de espectadores, que, agolpándose en torno suyo, se atropellaban y aplastaban, acabando por morir gran número de ellos. El brujo, entonces, se dirigió al pueblo y les habló, confesándose causante de aquellas muertes, porque les había enloquecido con su muñequita mágica, y se creía, en justicia, merecer la muerte, lapidado. Las gentes, excitadas a la vista de los cadáveres, cogían piedras y las arrojaban contra él, hasta dejarle ensangrentado y muerto en medio del mercado. Pero al poco tiempo el cadáver del falso brujo comenzó a descomponerse, despidiendo un repugnante hedor, que contaminó el aire de gases venenosos, que, al respirarlo, les ocasionaba la muerte, cayendo intoxicadas cientos de personas.
El sangriento cadáver del brujo habló a los supervivientes, aconsejándoles que, como autor de aquellas desgracias, fuese su cadáver arrojado fuera de la ciudad. Así que le oyeron, deseando verse libres de él, le ataron fuertes cuerdas para arrastrarle por el polvo hasta las afueras de Tula; pero por muchos esfuerzos que hacían no conseguían moverle del sitio por el enorme peso que había adquirido, como si estuviera clavado en la tierra. Cada vez era mayor el número de los que tiraban d° las cuerdas y sólo consiguieron romperlas y dar con sus huesos en el suelo.
Entonces el muerto les dijo que sólo podrían moverle cantando a la vez que él una cancioncilla que les enseñaría. Y comenzó a cantar una copla ininteligible; pero el pueblo, aunque no la entendía, se esforzaba por corearle, mientras tiraban de las cuerdas, y sólo así, tras de inmensos esfuerzos, lograron sacarle de la ciudad, arrojándole en unos escombros. Los poquísimos que quedaron con vida perdieron la memoria de lo sucedido.
Tezcatlipoca prosiguió su obra de exterminio contra los indefensos habitantes de Tula e hizo llover sobre el país gran cantidad de piedras, algunas de tamaño enorme, como la roca llamada Techcatl, que también cayó del cielo.
Al poco tiempo, el maléfico dios se transformó en una vieja, que recorría las calles de la ciudad pregonando y vendiendo unas banderitas que con sólo tocarlas enloquecían a todos los compradores, que, atraídos al pie de la roca Techcatl, llovida del cielo, con locura furiosa, se iban suicidando.
Ante tantas desgracias, la angustia de los habitantes no tenía límites; la mayoría había perecido y, para colmo de males, todos los alimentos almacenados en los depósitos se corrompieron y hubo necesidad de tirarlos, quedándose sin provisiones y, en consecuencia, un hambre feroz asoló al país, hasta causar un gran número de victimas. Los pocos que quedaban, ya extenuados, aguardaban la muerte, cuando percibieron un sabroso olorcillo a maíz tostado, que les atraía irresistiblemente. La vieja hechicera se había puesto a tostar grandes cantidades de maíz en un paraje llamado Xochilta; el humo y el olor se extendían por toda la comarca y atraían hasta allí a los famélicos habitantes. Todos iban llegando con prodigiosa ligereza; pero caían muertos en torno a la vieja. Allí murieron los últimos toltecas y desapareció aquella desventurada nación, aniquilada por la ferocidad y el odio implacable de aquel funesto personaje que bajó a exterminarlos descolgándose por un hilo de araña.

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