El Tonalamatl, el libro azteca de los destinos.
El
manual del tiempo azteca, el Tonalamatl, fue un portentoso método de
adivinación basado en la lectura del cosmos y la cuenta de los días.
¿Qué es el tiempo
para quienes lo transitamos sino destino? En la
insaciable necesidad de medir una vida (o quizás vidas), el papel del reloj ha
sido esencial. Al menos desde el siglo XIII. Pero en eras de lo prehispánico,
cuyo reloj todavía era inexistente, el calendario contenía
un especial culto y obediencia con respecto a los destinos.
El hecho de que los aztecas concibieran el vector del tiempo a
través de una cuantificación de símbolos y caminos, distintos para cada
personalidad según la lectura del cosmos, es una de tantas impresionantes
maneras de ver la realidad que hoy en día hemos dejado de practicar, al menos
con tal profundidad.
¿Cuán diferente era la existencia,
pero sobre todo la condición humana, cuando uno se proponía venerar cada día de
su vida, con un emblema, siempre agradeciendo eternamente el porvenir de
ese nuevo Sol?
Conocer dónde se
ubicaba el hombre en el espacio y el tiempo era de esencial importancia.
Por eso es que personajes como los tlamatinimes se volcaron
en la tarea de la meditación y así construyeron la famosa Estela de los Soles, la Piedra del Sol azteca. Erróneamente este
instrumento que presentaba 260 días del mundo mexica (Tonalpohualli) ha sido confundido con un calendario. No lo es, al
menos sin el Tonalamatl. El libro de los días (o de los destinos)
azteca, Tonalamatl, tenía una especial función con respecto a este orden.
De las raíces tonalli
que significa “día o destino” y ámatl, “papel o libro”, este era, según se dice, un
bellísimo manual del tiempo
fabricado de piel de venado y algunos pedazos de corteza (amate). En él se
registraban los días, mientras que en el
Tonalpohualli se cuantificaban. Dicho de otra forma, era a través de estos
preciosos volúmenes de carácter astrológico que se elaboraban diagnósticos y
pronósticos sobre el orden cósmico y el rumbo del planeta, información, a caso,
contenida e influenciada por la cuenta de los días: tonalpohualli.
Algunos de los temas que podían consultarse en
este libro eran la suerte en la siembra o cosecha, la atribución de un
nombre según el día de nacimiento, el destino de los matrimonios, la suerte
para la guerra, diagnósticos de salud y enfermedades, desgracias futuras, el
inicio o el fin de un viaje, características de personalidad, indicaciones
ritualísticas y de ofrenda, la inesperada y fascinante lectura del cuerpo humano, representado con la
piel del venado y en la que a cada parte de éste se le atribuye uno de los
símbolos de los días (todo una cosmología de la anatomía humana que nos
recuerda fugazmente a las bellas filosofías antiguas de Asía y
Occidente), y más importante aún: la relación astrológica con una deidad.
Todo apunta a que este era, más allá
de un manual del tiempo, un portentoso método para la adivinación o lo que es
igual, una proyección límpida del futuro que habría de mantener un orden entre
los tiempos. Algo así como un tarot prehispánico.
Para una correcta lectura del
Tonalamatl, se sabe que los antiguos acudían a ciertos elementos como la
imagen, la posición u orientación, el tamaño, el color y el texto que venía
acompañado de un glifo simbolizando a un numen.
Como bien se
sabe, los mexicas concebían al mundo sostenido por cuatro deidades a través de la hermosa metáfora de un árbol. Estos númenes
también se encuentran en el libro de los destinos, reconocidos como 4 custodios
del cielo, pero también como 4 siglos, 4 eras, 4 años mexicas. Así es como se
medía el Tonalamatl.
Resulta sorpresivo encontrarnos que
culturas como la maya, mixe, purépecha, zapoteca y mixteca, también
compartían una especie de libro de destinos, todos ellos adecuados a su propia
estructura social pero funcionando bajo el mismo método: descifrando la
geometría sagrada del cosmos a través de una filosofía creada en función de la
armonía, ese microtono esencial de la vida que acontece los bellos cambios.
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