México: ¿por qué el ombligo de la luna?
Aunque "el ombligo de la luna" es un distintivo muy común para recordar México, sus orígenes mitológicos parecieran celebrar, más bien, a los más bellos astros.
México está lleno de nahuatlismos. Si se observa bien, se encuentran en todos lados; se nombran tantos de ellos en la cotidianidad y se les imprimen significados tan genuinos como los de las palabras madre. Durante varios siglos el náhuatl ha sido una lengua poderosa, persistente. Se sabe que tardó aproximadamente un siglo en dejar de ser el lenguaje primario después de la conquista. Y es que la forma de comunicación para quien lo habla y hablaba siempre ha sido distinta. De entrada porque las numerosas expresiones de esta lengua se concentran, esencialmente, en la cosmovisión prehispánica, que no es sino una forma profunda de mirar la realidad. Donde acaso todo es metáfora.
El ejemplo más hermoso de nahuatlismo se imprime en nuestro más grande símbolo: el topónimo México, el ombligo de la luna.
A sabiendas de autores rigurosos como Gutierre Tibón, la palabra México podría tener muchas aristas que nos ayuden a entender de dónde proviene el sello más distintivo de nuestro territorio, de dónde proviene el “mexicano”. Antes de entrar a detalle, es preciso recordar que el nombre de Tenochtitlán (la capital mexicana) era Mēxihco Tenōchtitlan, y que a raíz de esa palabra se decidió el nombre del territorio entero.
La palabra Mēxihco ha sido objeto de numerosas versiones acerca de su significado. La más aceptada es la que fracciona la palabra en los vocablos mētztli= luna, xictli= ombligo o centro (que para la antigüedad eran palabras sinónimo), y -co= sufijo de lugar. De manera que México podría significar lugar en el centro (u ombligo) de la luna, o en el centro del lago de la luna –si consideramos que Mēxihco también fue una referencia al Cem Ānáhuac, la “tierra rodeada de agua”, o más acertadamente: “[la] totalidad [de lo que está] junto a las aguas”–. De esta fascinante alegoría se destaca la visión de los mexicas de imaginar dicha tierra como centro y como un todo, así como su conciencia espacial, con la que percibían aquella tierra como un símbolo cósmico rodeado de agua. Cabe destacar que, esta bella metáfora no hubiese podido realizarse sin el tiempo que el mexica dedicaba a la observación de las cosas.
Existe otra versión sobre el origen de “México” que igualmente ha sido aceptada. Se le atribuye a Huitzilopochtli, o “Mexi”, como también solían llamarle. Huitzilopochtli fue probablemente la deidad más venerada por los aztecas, pues es éste, la deidad de la guerra asociada al Sol, el fundador de Tenochtitlán. Es hermano de Coyolxauhqui, la deidad de la Luna, y también de los Centeno Huitznáhuac, las estrellas. Como el Sol joven –la vida nueva–, Huitzilopochtli guió a los aztecas en forma de colibrí desde las tierras de Aztlán y hasta su nuevo destino. De manera que a la actual capital mexicana se le consideró su lugar de residencia.
Si se comparan, ambas versiones tienen un vínculo fascinante que nos dejan una exquisita reflexión. Y es la de utilizar a la Luna y al Sol, –los más bellos astros– como referentes del nacimiento de una población entera.
Cuenta un dramático mito prehispánico que Coyolxauhqui, la Luna, fue desmembrada por Huitzilopochtli y su cabeza arrojada al cielo, luego de que ésta intentase matar, junto a sus hermanos, a su madre Coatlicue (también llamada Tonantzin) que acababa de dar a luz a Huitzilopochtli desde una especie de milagro. Las muchas partes que de ella quedaron fueron arrojadas montaña abajo. Fueron abandonadas en la tierra. El ombligo de la luna que es México, podría, quizás, haber encarnado esa otra parte de la Luna que quedó abandonada en la tierra, y que solo Huitzilopochtli sabía encontrar. De ahí que solo él –en forma de colibrí– supiera exactamente dónde fundar la nueva nación, Mēxihco Tenōchtitlan.
A pesar de la ingobernable belleza que empapa el nombre de nuestro territorio con estas historias, México no siempre se pensó así. Antes de consolidarse como tal, en el siglo XIX, hubieron muchos más apelativos: Nueva España, América mexicana e inclusive Anáhuac. Había gentes que en aquellos tiempos le llamaban Nación mexicana (como oficialmente se llamó en la Constitución de 1824), pero finalmente se acordó que sería su distintivo México y su nombre oficial Estados Unidos Mexicanos.
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